Muerte por alejamiento del sol, es una de las infinitas formas en que el mundo se puede acabar según el escritor argentino Santiago Dabove.
La velocidad de la rotación de la tierra es severamente comprometida por unos cuerpos magnéticos no identificados, y así como los fenómenos naturales ven afectada su rutina cíclica, las personas también acaban por revelar sus más descarnadas y oscuras facetas.
Introducción
Siete de enero del año 2021. Extracto del reporte publicado en la página web Phys.org, revista virtual dedicada a tema científicos.
“Los científicos han notado que últimamente la tierra gira más rápidamente alrededor de su eje. De hecho, la velocidad de su rotación axial es la más rápida que se haya registrado. Varios científicos ya han hablado con la prensa acerca de tan inusual fenómeno. Algunos han señalado que el año pasado se registraron los días más cortos.
Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, el tiempo ha sido marcado por un ciclo de 24 horas, el cual incluye el día y la noche. Dicho ciclo está gobernado por la rapidez con la cual el planeta gira sobre su eje. […]
Los científicos planetarios no están preocupados por el nuevo hallazgo; han aprendido que hay muchos factores que tienen un impacto en el giro planetario, incluido el tirón gravitacional de la luna, los niveles de hielo polar y la erosión de las montañas. También han comenzado a preguntarse si el calentamiento global podría causar que la Tierra gire más rápido a medida que las capas de hielo, y las nieves a gran altitud comienzan a desaparecer.”
Tomado de “The Earth has been spinning faster lately,” escrito por Bob Yirka, January 7, 2021. Phys.org: https://phys.org/news/2021-01-earth-faster.html
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Bienvenidos queridos y queridas oyentes de Tres Cuentos, el podcast bilingüe dedicado a las narrativas literarias, históricas y tradicionales latinoamericanas. Soy Carolina Quiroga-Stultz, y hoy damos comienzo a la temporada “El amanecer de la Ciencia Ficción Hispanoamericana”.
La introducción de este episodio es un extracto del artículo científico “The Earth has been spinning faster lately”, (Últimamente la tierra ha estado girando más rápidamente) publicado en la revista digital Phys.org, escrito por Bob Yirka.
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Mi primer contacto con la ciencia ficción, si no me falla la memoria, yo tenía cerca de 22 años y jugaba waterpolo - o intentaba por lo menos pretender que jugaba-, y allí conocí un amigo que, al enterarse de mi interés por la literatura, me pregunto si había leído a Isaac Asimov.
Como yo no tenía ni idea de quién era el señor, mi amigo me presto el El Fin de la Eternidad.
Pues no le devolví el libro. Después de leerlo, quedé tan fascinada, que me compré todos los otros libros que se podían encontrar de Asimov. A la fecha me he leído la saga de La Fundación, tres veces. Y el libro robado esta guardado en mi baúl de tesoros.
La ciencia ficción latinoamericana no es tan conocida como la estadounidense, y por eso me decidí a traerles una selección que espero sirva de abrebocas.
El autor de hoy es un argentino del que poco se sabe, Santiago Dabove, amigo de Borges. Y fue gracias a este último y otros, que hoy conocemos más sobre la perspicacia de la obra de Dabove.
El siguiente cuento que lo pueden encontrar en el libro La muerte y su Traje, nos llega en la voz de un buen amigo colombiano, Ricardo Muriel. Por supuesto les contaré más acerca de Ricardo cuando lleguemos a los comentarios.
“Finis”, es una palabra en latín que tiene múltiples significados: último, lejano, peor, bajo, extremo; y la combinación de estos es lo encontramos en el cuento Finis.
La velocidad de la rotación de la tierra es severamente comprometida por unos cuerpos magnéticos no identificados, y así como los fenómenos naturales ven afectada su rutina cíclica, las personas también acaban por revelar sus más descarnadas y oscuras facetas.
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Finis
Por Santiago Dabove
Leído por Ricardo Muriel
En cierta circunstancia tuve que ir al cementerio de disidentes, hoy desaparecido, a sacar las cenizas de un pariente lejano que estaban en un antiguo sepulcro. Me había sido encomendado que las pusiera en una urna porque expropiaban la bóveda y además el cementerio iba a ser suprimido de ese lugar. El sepulcro era un simple cuadrilongo de mármol en cuya juntura sólo bastaba meter una buena y adecuada palanca para abrirlo. Así lo hicimos el encargado, yo y un peón, porque el enterrador ya no prestaba sus servicios.
A quienes no están acostumbrados les impresiona siempre la apertura de un sepulcro. Es como un falso misterio que se quisiera develar, o como una terquedad que pidiera esclarecimientos de donde no pueden venir... pues bien sabe uno todo el secreto que encierran las tumbas.
Cuando cedió la loza y pude ver el interior, me encontré con que el ataúd había reventado y estaba partido y raído en tal forma, que sólo unos listones de madera acompañaban a los huesos, todavía no desarticulados, como si quisieran entablillarlos. Nada más que un olor de humedad. ¿Sí? ¡No! Junto al brazo plegado, mis ojos descubrieron una especie de cilindro de metal que agarré enseguida. Le destornillé la tapa y encontré una envoltura de cuero o tafilete que guardaba unos papeles en parte deteriorados.
Con la curiosidad que es de imaginar, me apoderé de ellos, esperando llegar a mí casa para leerlos. Regresé, pues, con un manuscrito y una urna chica que contenía unos huesos rotos y en parte pulverizados, trabajo lento del tiempo y de los agentes destructores que vienen a hacer lo mismo que el horno crematorio, pero más a la larga.
Con un buen fuego por delante – era en invierno – me puse a revisar el manuscrito que parecía a ratos una profecía, y otros, un simple desahogo literario. Pero noté cierto acento conmovido, como si el autor hubiera tenido una premonición. Hasta creo que él “sabe” más del futuro que muchos historiadores acerca del pasado, y, si se pudiera hacer una seria compulsa de las causas históricas, me atrevería a decir que la mayoría de los historiadores pasarían a ser artistas, novelistas, poetas semicreadores, o, simplemente, lastimosos inventores del pretérito (antiprofetas).
He aquí lo que decía el manuscrito:
En el primer tercio del año 1..34, (de la fecha estaban borradas dos cifras y la tercera quedaba dudosa, no podía verse bien si era 8 o 3) los astrónomos descubrieron un hecho singular: las rutas de los asteroides o más bien planetoides, fueron casi repentinamente alteradas y sin causa aparente. Los que dirigieron sus potentes anteojos a esos planetitas telescópicos que están entre Marte y Júpiter, como se sabe, los observaron como picados de la tarántula. Fuera de la regularidad de sus movimientos, se conducían como un enjambre de efímeros, frente a un foco de luz.
Esto que podría haber sido un motivo de diversión para criaturas, fue un tema de cavilación para los astrónomos. ¿Cuál era la causa que alteraba la gravedad y solemnidad clásicas del enjambre estelar? Nuevas interrogaciones de los anteojos al cielo. Nada.
Transcurrió un tiempo y algunos planetoides desaparecieron. Como la causa incógnita parecía intensificar su potencia, paralelamente entre los astrónomos aumentó el recelo. Por analogía se pensó que, tras los planetas telescópicos, vendríamos nosotros a ingresar en la danza. Ese justo temor fue como el alerta o el prólogo de lo que debía venir.
Algunos astrónomos, los menos académicos u oficiales, aseguraban haber visto, a una distancia inconmensurable, unos cuerpos vagos cargados de un gran potencial eléctrico que, por su radiación infrarroja y según el análisis espectroscópico, debían de poseer materias ferruginosas. Añadían, por deducción, que debían de actuar como gigantescos y monstruosos electroimanes. Ahora bien (continuaban), de acuerdo con esto, nuestro planeta que alberga tanto hierro, rocas ferruginosas y otros metales, no podía dejar de ser influenciado por aquellos enormes cuerpos, aunque fuesen pulverulentos como se pretendía. Lo sería en razón directa de su riqueza en metales, sobre todo en hierro.
El tiempo les dio la razón más pronto de lo que ellos mismos esperaban. Y ocurrió el caso singular de que el goce que experimentaban al ver que se cumplían sus asertos científicos, se les malograba por el temor de lo porvenir.
Lentamente, muchos humanos, sobre todo los que no eran navegantes de profesión, empezaron a sentir ese ligero mareo, vacío y depresión que causa la brusca subida y bajada del ascensor en los no acostumbrados. Otros, los que habían viajado en aeroplano, decían que era lo mismo que el efecto de un súbito descenso de planeo. La mayoría hablaba de una peste que concluiría haciendo grandes estragos; y los médicos, por las dudas, inventaron unas inyecciones y vacunas. Pero pronto se vio que no era nada de esto.
A la sazón yo, Marcos Prescott, acababa de dar mi palabra de casamiento a Amanda, que estaba pasando su convalecencia en un agradable hotel construido en medio de varias hectáreas arboladas. Yo estaba de licencia en la compañía “Alas para el Hombre”, fábrica de aparatos mecánicos que, plegados, cabían en una valija, y que permitían hacer, blandamente y sin mayor estrépito, vuelos parecidos a saltos que transformaban a los hombres en una especie de ángeles barbudos, ángeles nada más que por el vuelo, porque su naturaleza íntima todavía no había podido ser modificada. Pero lo más grato de ver era la gracia con que las mujeres se tiraban del lecho, merced a estos aparatos, y te daban la mano con una sonrisa verdaderamente angelical.
En una de mis habituales visitas a Amanda, la encontré atacada del mal de moda: el mareo, las náuseas y la sensación de vacío. Yo que la creía ya sana del todo, me conmoví pensando en una recaída.
–No, no es nada de eso –me dijo mi novia–. La verdadera causa de este malestar estriba en que el planeta se mueve de un modo muy diferente al antiguo.
Yo la tenía a Amanda por muy inteligente, pero esta opinión me pareció locura. Sin embargo, al salir, creí observar que, en efecto, se sentía el movimiento del planeta y que ahora lo hacía con arrebato. Me agarré un susto tremendo pensando que la impresión era subjetiva y que estaba loco, de la misma locura que Amanda. Pero muy pronto tuve que convencerme de lo contrario. A todos cuantos interrogué les pasaba lo mismo y no era necesario inquirir mucho para comprobar que experimentaban las mismas sensaciones.
Se sentía el movimiento de la Tierra no como un terremoto, sino como un impulso. No necesito deciros lo mucho que me mortificó este trastorno terráqueo y sideral en estas circunstancias de mi noviazgo.
El planeta aumentaba día a día sus movimientos arrebatados. Mareaba eso que parecían sus “décollages” y sus caídas. A veces parecía pararse como dudando y de golpe retomaba una carrera atroz, lo mismo que máquina mal frenada y dirigida. La gente, a veces, se tenía que asir de las manos y también de los árboles para sostenerse. Las señoras se quejaban de vértigos intensos; algunas abortaban. Los chicos y los locos estaban contentos.
Los sabios, desconcertados, dijeron que no podíamos notar directamente el movimiento de la Tierra, puesto que todo marchaba con nosotros, incluso la atmósfera, pero como la sensación de movimiento arrebatado existía, insinuaron que habíamos entrado en otra atmósfera, más vasta. Se edificaron torres para colgar de ellas péndulos que marcaban sobre unas pistas de arena los movimientos terrestres. Estos péndulos tenían una púa, una uña en su borde inferior. Descendían del cielo con una velocidad vertiginosa. Al tocar el suelo iniciaban un movimiento de culebreo o zigzag, arando la tierra con la púa. Causaron muchos accidentes y rompieron la dura cabeza de más de un sabio.
Los poetas eróticos decían que Geo, al saltar desordenadamente y en impulsos desiguales, ya no era el átomo mísero y regulado de los astrónomos, sino una pulga perseguida por los dedos humedecidos de una deidad.
Los sacerdotes decían que todo esto era por la falta de fe y el abandono de los deberes del hombre para consigo mismo y sobre todo para con la Iglesia.
Como los fenómenos se prolongaran, los sabios eran los más desconcertados. De pasar pronto, se podían archivar, olvidar y casi desconocer, haciendo de cuando en cuando una alusión despectiva a ellos, como hace de las revoluciones que no triunfan el partido que está en el poder.
Los astrónomos, muchos de los cuales parece que le dictan leyes al Universo – tan engreídos están con sus cálculos, sobre todo después de la aventura de Le Verrier – hablaban de reformar la mecánica clásica y sudaban pensando en las muchas observaciones que tendrían que hacer, dada la anarquía actual de movimientos, para que sus observaciones y cálculos, sancionados y ratificados por una nueva experiencia, parecieran otra vez decretos.
Alteradas la rotación y traslación, teníamos días cortísimos y otros muy largos. Apuros y desórdenes de toda especie. Trastornos en las ciencias económicas. Por ejemplo: un pagaré a 90 ó 180 días, había que hacerlo por horas, de acuerdo con un reloj patrón.
Mucha gente seria estaba indignada porque algunos seres degradados y “ciertos poetas” no se dolían de la irregularidad, sin participar tampoco del pánico y la sagrada rabia que les inspiraba el nuevo orden, o más bien desorden, de cosas. Estos seres pervertidos y viciosos habían llegado en su repugnante indiferencia hasta instituir un nuevo juego, como el rojo y el negro en la ruleta, a base de las rachas inesperadas, en cuanto a la duración de días y de noches, utilizando sus relojes que marchaban por la antigua regularidad...
Pero el miedo era casi general. Éste no debía aumentar en tanto que la Tierra fuera sólo como una perdiz gorda, sorprendida, que echa a volar. Pero pronto se vio que los mares barrían las playas como escobas en los arranques súbitos del planeta, ocasionando terribles catástrofes; que las estaciones se alteraron completamente: el verano más tórrido y el invierno más crudo se sucedían en un espacio de días y aun de horas, lo que causó la ruina de la vegetación.
Fue necesaria cada vez más la vida bajo tierra, y, con una técnica prodigiosa; se iban socavando grandes recintos como falansterios subterráneos en los cuales se cumplían las tres condiciones que pedía Fourier: economía, utilidad y magnificencia. Había algo, sin embargo, en esta magnificencia, algo que no convencía, como cosa hecha no con vistas a la esperanza, sino más bien a lo que debe morir y desaparecer.
Algunas ventajas tuvo la raza humana entre tanta desdicha: con los bruscos cambios de temperatura, las moscas y mosquitos desaparecieron. La hedionda e inmunda chinche no salía de sus refugios, de miedo a un enfriamiento brusco, así fue muriendo de inanición. Se dispuso que todo en el falansterio fuera nuevo por temor a epidemias, pero muchas categorías de piojos, hongos, parásitos y bacilos, no eran tan delicadas y acompañaron al hombre en su vida subterránea. Había que alimentarse de hongos cultivados en sótanos y recintos ad-hoc.
Algunos "sabios" sacaron del petróleo una combinación alimenticia. La que no tenía gusto era, cara, y, la barata, la popular, causaba en la gente pobre que la consumía un asqueroso olor a lámpara que salía de las bocas. Había que pagar alto precio por una cosa que no tenía gusto. Todavía se guardaban provisiones vegetales y animales en gran cantidad, pero no se las prodigaba de miedo a la escasez y también por egoísmo.
Ya se empezaban a fabricar alimentos concentrados y con substancias químicas, cosa esta última conocida desde larga data, pero abandonada en su empleo por los estreñimientos pertinaces y muy peligrosos que causaba. En una palabra: bien considerado, todo esto era el adiós a la sensualidad y a la buena vida.
Muchos decían que estábamos abandonados de la mano de Dios, y a mí me parecía lo contrario, porque advertía una intención de violencia en Él. Estábamos abocados a riesgo y aventura.
Como hacía algún tiempo que recobrara todo el vigor de la salud, Amanda me rogó que saliéramos un día de fiesta. Era otoño, y habríamos sentido en la Naturaleza serena la copia de nuestras dichas, si no la alterara la sensación de viaje precipitado de la Tierra. Yo me asía de las manos de mi novia que formaba corro con otras muchachas que también habían buscado a su novio.
Resistíamos al viento en esa rueda de amor, no pensábamos en morir. Las muchachas impacientes por formar un hogar estable, pegaban pataditas coléricas contra el suelo del planeta, que no permitía reposo para el amor, ni seguridad, ni nada que se asemejara a las antiguas horas. En eso, la Tierra hizo un arranque súbito como de ómnibus mal dirigido. Las macetas con las últimas flores que habían puesto las muchachas enamoradas, cayeron de lado, y los perros huían ladrando.
Otra vez, en ese corro de jóvenes, dábamos vuelta junto con las hojas que nos traía un viento circular, hojas de los últimos árboles de aquel último otoño. Algo en mi corazón me dicta estas palabras melancólicas que indican finales. Amanda y yo girábamos prendidos de las manos y asidos a otras manos juveniles que ahora temblaban de miedo de morir sin amor cumplido. En un vuelco loco, nos separamos del corro y empezamos a errar como desdibujados en un largo crepúsculo que me pareció duraba más de seis horas de tristeza. Los había más largos, así como, a veces, no había crepúsculo. Mi corazón se alebronó.
(Él) –Amanda –dije– te amo ¡casémonos!
(Amanda) –Espérate a que todo se regularice. No se puede vivir a base de mal petróleo. No contamos con lo suficiente – dijo Amanda.
Mi pesadumbre se agravó. ¿Cómo esperar con ánimo tranquilo la catástrofe terrestre sin el amor de ella?
(Él) –Pero... ¿no comprendes?
(Amanda) –¿Qué?
(Él) –No nos casemos, pero amémonos.
(Amanda) –Ya nos amamos.
(Él) –No, no nos amamos. El amor debe ser así –dije entreverando y apretando los dedos con toda mi fuerza–. No es amor el que no deja una huella en nuestros cuerpos.
Déjate de dilaciones: ¡amémonos que mañana moriremos!
Esto que en tiempo de Catulo o de Horacio olía a retórica, tenía ahora un significado serio y perentorio. Me pareció ver que los ojos de Amanda creían más en el amor como “hecho eterno” que en cualquier meteorología o cosmogonía. Amanda, que no era argentina, me acarició el cabello y dijo con franqueza y lealtad.
(Amanda) –Cierto, pobrecito, pobres de nosotros... Bueno... cuando la Luna esté llena...
Ya se sabía y yo también, que la Luna tenía las mismas perturbaciones que la Tierra. ¿Amanda contaba, por olvido, con el período antiguo del astro de las mujeres? La Luna estaba en el principio del crecimiento. Y he aquí que cumplió su evolución, hasta transformarse en Luna llena, en unos pocos minutos. Igual que una magnolia o una "dama de noche" que se abre... Miré a Amanda.
(Amanda) –Vamos, me dijo acariciándome el cabello.
Mientras iba con ella, un brazo en su cintura, pensaba: “La humanidad, ¿podría perecer? ¿Hay réplicas de ella en todo el Universo? No sé, pero lo positivo parece ser que la nuestra, la terrena, por ahora y quizá para siempre, se eclipsa, se extingue”.
Consideré si, disponiendo de calor y del sustento necesarios, no la crearía yo de nuevo sirviéndome del amor de Amanda, forzándola a ser prolífica, por puro goce de diletante, de billarista desdeñoso e indiferente, que arroja con su taco al campo de las violencias, algo sensible que va a ser muy golpeado, chocado, hasta que pierda su carne tierna y después, al final triste, se haga el recuento de los choques –carambolas, ruidos de huesos– mientras sonríen los ángeles crueles. ¡Ah no lo querría Dieu m'en préserve!... Pero... entramos.
A pesar de las condiciones irregulares de la vida, y de la meteorología alterada, había cierto optimismo. Se confiaba quizás en que todo pasaría. Los comerciantes e industriales eran los que más “sentían” y proclamaban esta confianza llamando derrotistas a los asustados. El fin era seguir vendiendo sus productos. Yo fui llamado por la compañía “Alas para el Hombre” para que saliera en gira de propaganda, provisto de mi aparato que me hacía subir con arranque tan graduado y caer tan blandamente. Después de un corto e infructuoso “raid” de ofrecimiento comercial, en un radio de unos cien kilómetros, volví a los lugares donde debía estar Amanda, y no la encontré. A la bajada de uno de los vuelos que daba con mi pequeño aparato que llevaba a la espalda, como una mochila, me encontré frente a uno de los falansterios que no hacía mucho se había terminado de construir.
Era un socavón como una mina, pero mucho más amplio en su interior, de más contenido. Adentro había hornos muy grandes, prodigiosos y fantásticos aparatos de calefacción. El calor se iba a utilizar doblemente: para el simple pero esencial hecho de calentarse y, a la vez, para energía mecánica, movimiento de telares y otras industrias indispensables, no de lujo.
La puerta de entrada, boca más bien, estaba hundida, después de una corta escalera de escalones groseros y que parecían de tierra endurecida. Con el objeto de que no se colara el aire frío exterior, no se abría más que en los momentos en que alguien entraba o salía. Entonces, parecía por su forma singular una boca de cetáceo o más bien de gran pescado moribundo que bostezara.
Un poco más adentro estaban aparejados unos tamizadores y calentadores de aire, muy complicados. Cada bostezo parecía tragar un hombre o varios, con cierta pereza mortal, y por el fulgor rojo que dejaba entrever, se adivinaba que las entrañas de ese cetáceo eran de fuego. Todo adentro era una especie de hervidero, y tenía algo de fragua y de alto horno donde se trabajan metales. Pero había por todos lados profusión de lugares de descanso, camas, mesas y otros muebles. Los grandes aparatos de calefacción enviaban tubos de todos calibres, a todos lados. Hombres sudorosos y musculosos daban la última mano a toda esta fábrica.
Consideré que, en dispositivos como éste, en refugios indecentes como éste, terminaría la porción de humanidad más apegada a la vida; y me estremecí de horror y de pena al imaginarme las futuras escenas de crueldad, de hambre, de miseria, de prepotencia brutal, de lujuria sangrienta y aún de antropofagia que se desarrollarían si el combustible duraba más que las subsistencias. Los enormes depósitos internos de provisiones eran guardados por hombres con ametralladoras.
Me alejé de un salto de ese lugar tétrico, pensando en tomar un trago de whisky de mi frasco de bolsillo para reponerme. Siempre me ha gustado tomar en tierra firme y no en el aire. Fui a dar junto a una pared que iba paralela a un camino que conducía al falansterio. Al rato, del otro lado oí unas voces. ¡La voz de Amanda! Una de hombre en la que reconocí a Gould, el poderoso primer accionista y dueño de las “Empresas de Calefacción”, y le decía:
(Gould) –Sí, m'hijita, no se puede elegir. Si me amas tendrás segura la comida y un asiento junto al fuego... Hasta tanto se vea dónde va a parar esto. Después reanudaremos una vida espléndida.
“Reanudaremos” pensé yo, habla como si ya la hubiera comenzado. ¡Gordo cochino! Él agregaba, continuando su sugestión:
(Gould) –Pero por ahora, mira el Sol.
(Amanda) –Sí, sí, respondía Amanda. ¡Sí, sí, sí!
Miré, yo también, el Sol. Su disco se hallaba reducido a la cuarta parte. Conteniendo el aliento y el corazón que parecía reventar, me alejé –sin emplear el aparato “del futuro”, como le decía a mis clientes en las giras– en cuatro patas, como los animales prehistóricos.
No fui a la compañía “Alas para el Hombre”. Me dediqué a vagar y a saltar con mi aparato cerca del falansterio “El Cetáceo”.
Volando me reía histéricamente, y cuando me encontraba con algún amigo que usaba el mismo medio de locomoción, departíamos un rato en el aire, como dos coleópteros alegres. Pero cuando bajaba a tierra, tambaleaba. Esperaba encontrar a Amanda y mi vigilancia era estricta.
El frío aumentaba atrozmente.
La Tierra cesó en sus arranques. Se había quedado rígida y no presentaba movimiento de rotación apreciable. Por consiguiente, una parte quedaba en la sombra, y era un casco de sueño nocturno; otro en la luz, y era un ojo sin párpado; otra en la penumbra y era un crepúsculo como un insomnio como el que tenía ahora. Al principio se creyó en la permanencia de estas condiciones, pero pronto se echó de ver por parte de los astrónomos que el segmento de la antigua elipse en el campo de traslación, del afelio al perihelio, estaba mucho más abierto, asemejándose a una línea recta. Esta comprobación no era otra, cosa que el anuncio de la condena a muerte de la humanidad y de la vida en general en un plazo breve. En efecto, en adelante nuestro apartamiento del Sol, sería cada vez mayor, hasta llegar a ser definitivo.
A nosotros nos había tocado un crepúsculo. En él vagaba torpemente, como mariposa nocturna, ensimismado, cuando de repente, la obscuridad que invadía presurosa, me hizo mirar al Sol. No se ponía, se iba. Estaba casi del tamaño de Venus por las tardes. Me vino un impulso raro y exclamé como adorando, como un indio con los brazos en alto: "Te vas, Vieja Querida, Madre Antigua". Al perderlo se me ocurría el vocativo femenino, maternal.
Sin saber cómo, me encontré frente al hoyo con escalones donde bostezaba la boca del Cetáceo. Mucho tiempo estuve allí helado y agazapado. De pronto vi a varios que venían corriendo y que desaparecían en el subterráneo. De lejos vi a una mujer conocida que corría, seguida torpemente por Gould, el gordo potentado.
Bajó los escalones sin elegancia y el gordo Gould, también bajaba con las piernas gordas abiertas, como compás falseado.
Amanda entró, pero el “señor” amoratado y entorpecido por el frío, tambaleó. Con pena, con infinita pena, levanté la pistola automática y la hice ladrar varias veces para desinflar al gordo a quien el dinero y la necesidad daban margaritas...
Algunos llegaban a todo correr gritando: “¡El frío de muerte! ¡Viene el frío de muerte!” y se metían en el antro... El termómetro de alcohol colocado en la boca del Cetáceo bajaba con rapidez aterradora: 40, 50, 70, 80 grados bajo cero.
Caí. Mi última visión fue la de una charca de agua tibia y transparente con islotes de pasto de un verde muy puro. Chapoteábamos Amanda y yo haciendo subir a la superficie el fino lodo del fondo. Ranitas como objetos preciosos y esmaltados nos miraban. De los cielos descendían una luz, una paz y una serenidad que eran como secreta música del alma.
Comentario
Muy bien, pues sacudámonos aquella predicción apocalíptica de Santiago Dabove, que se une a los miles de profecías más que han sido inmortalizadas en textos sagrados, literatura, y en la pantalla grande y chica. Entonces, antes de hacer una reflexión y conocer más acerca del autor, propongo que le demos las gracias a quien presto su voz al texto de Finis.
Yo conozco a Ricardo Muriel desde hace casi dos décadas. Él fue prácticamente mi primer profesor de narración oral en Cali, Colombia. Pensaría que quizá a través de los talleres que tomé con él se acrecentó mi interés por los cuentos, y por el deseo de contarlos.
Ricardo Muriel, es psicólogo de la Pontificia Universidad Javeriana (en Cali, Colombia) y Maestrando en Educación con Acentuación en Desarrollo Cognitivo del Tecnológico de Monterrey (México).
Ricardo es investigador en Juegos Mentales, Storytelling, y Desarrollo del Pensamiento (Crítico, estratégico y narrativo). Cuenta con 20 años de experiencia docente en la Pontificia Universidad Javeriana. Y hoy trabaja como parte del equipo de consultores en creatividad e innovación de la misma Universidad. Es miembro fundador y director del proyecto Kacumen, iniciativa que busca fortalecer un sistema de pensamiento, que permita tomar decisiones más inteligentes en el ámbito de la innovación y la planeación estratégica.
Ricardo, vincula su trabajo con juegos abstractos de tablero (como el ajedrez, go, reversi y hex, entre otros) y problemas de ingenio, partiendo de la idea de que el juego mantiene viva la motivación por aprender y que, a su vez, da vía libre al aprendizaje de conceptos complejos y al entrenamiento de habilidades cognitivas fundamentales.
Pueden contactar y encontrar mucho más acerca del trabajo de este innovador, Ricardo Muriel, en su página web: https:/rmuriel.com/
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Antes de darle el micrófono a nuestro colaborador Leo Quiron, para que nos cuente más acerca del autor y del cuento que escuchamos, permítanme hablar un poco de cómo se va a acabar el mundo.
Desde muy chica me ha fascinado la ciencia, por mucho tiempo estuve subscrita a la revista de la National Geographic y otras más que me devoraba apenas llegaban. Mis programas de televisión favoritos fueron por mucho tiempo los que producían Discovery y el History channel. Así que cuando sale alguna noticia científica que tiene que ver con lo que esta más allá de la exosfera, la última capa de la atmosfera terrestre, pues la leo con vivo interés.
Entonces cuando me topé con el artículo que presentare a continuación, no pude dejar pasar la oportunidad de compartirlo con ustedes. El texto se llama “There are many ways the world could end, but scientist think these are the most likely”, (Hay muchas formas en que el mundo puede acabarse, pero los científicos piensan que estos son los más probables), escrito por Dave Mosher y republicado en la revista digital Sciencealert.com en julio del 2018.
Mosher nos dice que un sin número de hermosas coincidencias permiten que los seres humanos vivamos, evolucionemos y prosperemos en el llamado planeta tierra. A pesar de nuestra buena fortuna todo tiene su final, y un día nuestro cuerpo celeste será un lugar inhóspito. Sin embargo, no os preocupéis, tenemos miles de millones de años para que ello suceda, a menos de que nos empeñemos en destruirlo todo en tiempo récord. Ya sabemos como somos los humanos, testarudos, y en competencia eterna los unos con los otros y con la naturaleza.
Pero Mosher nos advierte que, dependiendo de las vicisitudes de la astrofísica, la fecha de expiración de la tierra puede suceder mañana o en cualquier tiempo intermedio, entre hoy y miles de millones de años. Y a continuación el autor nos presenta seis escenarios funestos que evocan el cuento de Santiago Dabove, Finis.
Primero, el núcleo fundido de la tierra podría enfriarse. La tierra está rodeada por un escudo magnético protector, llamado magnetosfera, el cual es generado por la rotación de la Tierra. Para no entrar en complejos detalles y acabar dándoles un dolor de cabeza, lo que necesitan saber es que la magnetosfera desvía y modifica, el tamaño y forma de las partículas energéticas que el sol emana. La magnetosfera es como un escudo que filtra la energía solar que aquí abajo podemos manejar, como un protector solar.
Por ejemplo, gracias a las partículas de energía solar a veces vemos hermosas auras o presenciamos tormentas geomagnéticas. Pero si el núcleo fundido de la tierra se enfriara, perderíamos la magnetosfera, y la protección que esta nos da contra las particulares solares.
En pocas palabras, nuestro vecino, Marte, sufrió esta calamidad hace miles de millones de años, y por eso ahora esta como esta.
Segundo, el sol podría empezar a morir y expandirse. Hoy día el sol es un cuarentón, es decir que está a mitad de vida. Pero cuando llegue a esa edad senil de los miles de millones de años, no tendrá más hidrogeno y comenzará a fusionar helio. Esto significa que no sabrá ni donde esta parado, y en lugar de quedarse en su puesto y seguirnos calentando, reaccionará empujando sus capas hacia afuera posiblemente tirando de la tierra. Es decir, que entraremos en su campo y acabaremos pulverizados.
Otra teoría dice que, en lugar de acabar achicharrados, el sol empujaría a la tierra fuera de orbita y nuestro lindo planetita se congelaría, y todos quedaríamos como paletas, o preservados en el hielo, para cuando los alienígenas nos encuentren y nos pongan en sus museos de curiosidades.
Tercero, y esta teoría se parece mucho a lo que pasó en el cuento Finis. Así como hay seres humanos que son muy picaros y les gusta desestabilizar lo que encuentran a su paso, también los hay en forma de planetas. Como es arriba es abajo. Sucede, pasa y acontece que el chisme científico dice que hay más planetas solitarios y fuera de su curso, de lo que hay estrellas. Y puede ser, que uno de esos planetas errantes, sin invitación entre a nuestro sistema solar y desestabilice la rutina terrícola.
Mosher dice “Un cuerpo planetoide lo suficientemente grande y a la deriva, y lo suficientemente cerca podría incluso sacarnos del sistema solar por completo. O hacer que colisionemos, que nos estrellemos con un planeta vecino”.
Entonces, nuestra bola de billar llamada Tierra, acabaría en otra mesa y pasaría de ser azul celeste, a ser blanco invierno. Otra alternativa es que el empujón gravitatorio que nos daría aquel planeta extranjero podría causar estaciones extremas y mortales. Y como ya estamos presenciando algo de dichos cambios climáticos extremos, opino que mejor recemos por no tener visitas de planetas que pasan por nuestro vecindario a turistear.
Cuarto, que como en un juego de billar, un planeta de “esos bien picaros”, interrumpa la órbita de la tierra y nos cause severo choque. Eso ya nos pasó, hace 4.500 millones de años. El cuento dice que hace mucho tiempo “un pequeño planeta se estrelló contra un planeta más grande del sistema solar, formando la Tierra y su l una”. Si eso sucediera, como dice el dicho, nada se perdería, más bien nos transformaríamos en un nuevo planeta, y hasta nos convertiríamos en una nueva especie.
Quinto. Dice Mosher que la siguiente es la teoría favorita de los directores de Hollywood, “la llama muerte por asteroide”. También ya nos pasó hace mucho tiempo. Hace cientos de millones de años, una lluvia de asteroides no dio tan duros golpes que los océanos acabaron hirviendo. Los únicos que aguantaron la caldera fueron los microbios.
Sexta y última. Que pasemos muy cerca de un agujero negro. Los científicos sospechan que al igual que hay planetas errantes, hay agujeros negros que vagabundean por ahí. Si uno de esos charcos sin fondo pasara por nuestra vecindad, digamos uno pequeño e inofensivo, la tierra estaría en graves aprietos. Unos científicos dicen que “los átomos podrían extenderse hasta que se desintegren por completo. Otros físicos han teorizado que encontraríamos el final del universo, o acabaríamos en uno completamente diferente”.
Y en este momento se ve viene a la mente, la serie de televisión The Expanse, desarrollada por Mark Fergus y Hawk Ostby. Si no se la han pillado, les digo que yo me he visto todas las temporadas dos veces y eso que aún no se ha acabado.
Pero mejor no los asusto más con el final del mundo que probablemente no verá ninguna de nuestras generaciones. Por que como dije, aquellos posibles finales pueden suceder en miles de millones de años. Así que no hay por que angustiarse al respecto. Mejor vivan cada día como el más precioso que hayan vivido.
Sin más rodeos o lecciones de astronomía le doy la bienvenida a Leo Quiron, quien hablará de temas más terrenales y literarios.
Entiendo que tenemos la manía de andar clasificando, la literatura por géneros y a las personas por sus obras, y no afirmo que ese proceder este mal, sino que al hacerlo corremos el riesgo de cerrar las interpretaciones bajo el rótulo que le pusimos. Y de esta manera sentirnos cómodos al saber que ese rótulo nos permitirá hablar con dominio sobre el tema, pero se corre el riesgo de no comprender el texto o conocer a la persona.
Ahora bien, cuando digo comprender me refiero a un segundo estado de la elaboración de ideas, es decir, una vez entendiste la parte mecánica del discurso, y si tu mente está dispuesta, será posible que el texto pueda influenciar tus conceptos generando nuevo conocimiento, y poder transformarlo en acción.
Volviendo sobre el tema de los rótulos estoy de acuerdo con el escritor argentino Borges cuando afirma: “(…) ni siquiera sabemos con certidumbre si el universo es un espécimen de literatura fantástica o de realismo”.
De Santiago Dabove sólo conocemos un libro, La Muerte y Su Traje. Al parecer el escritor no tuvo intención de publicar sus textos, porque años después de su muerte fue que llegaron a la imprenta, y esto sucedió más por el deseo de sus amigos cercanos de salvar del olvido una obra, que, aunque corta, está construida con una mirada singular.
El estilo de Dabove utiliza elementos de la ciencia ficción, de los cuentos de Hawthorne, Maupassant o Poe con matices de humor negro y lo mejor, con la profundidad de una gran obra de arte polisémica, es decir con múltiples significados construidos por el lector.
Quizá para Dabove lo importante no era llenar este mundo de más palabras para enaltecer su ego, sino de comprender algo para sí mismo sobre un tema profundo de larga tradición en la literatura universal: la muerte.
En este episodio, hemos seleccionado el cuento Finis, el cual nos abre la puerta al estilo de Dabove, y de esta manera invitamos a nuestros oyentes a ir más allá. Comenzaremos por hablar algo sobre su creador y del tiempo en el que vivió.
Santiago Dabove nace en 1889 en Morón, provincia de Buenos Aires Argentina y muere allí mismo en el año de 1951. Sus datos biográficos son limitados, sólo agregaría que era músico e interpretaba el violín. Además, le gustaba realizar tertulias literarias en su casa de Morón junto con su hermano Julio Cesar y su amigo Macedonio Fernández, con quienes bautizó al grupo de tertulia como la triquia, muy posiblemente como un juego de palabras que hace referencia a un licor llamado triqui -- como señala Horacio Salas en el prólogo del libro La Muerte y su Traje, en la reedición de 1976.
Para ubicar a nuestros oyentes en el plano histórico, Argentina atravesó varios gobiernos radicales, otros militares y golpes de estado durante el período 1916 a 1955, quizá el movimiento político más conocido sea el liderado por el coronel Juan Domingo Perón, llamado peronismo entre 1943-1955.
En el contexto mundial, se presentaron las dos grandes guerras: la primera en 1914 a 1918, y la segunda ente 1939 a 1945. Cabe resaltar el gran desarrollo de la energía nuclear y su uso militar durante la primera mitad del siglo XX. No se puede pasar por alto que Argentina también incursionó en la investigación de este tipo de energía con la creación en 1950 de la Comisión Nacional de Energía Atómica.
Es difícil especular de qué manera específica todos estos acontecimientos mundiales y locales afectaron el pensamiento y la obra de Dabove. Pero creo que puede haber influenciado en su estilo de escritura y retomando autores clásicos como Hawthorne se animó a escribir sobre posibles futuros apocalípticos, como vimos en Finis, es claro que el autor estaba conectado con las ideas sobre adelantos científicos, y la atmósfera de paranoia y muerte que rondaban por Europa.
Me aventuré en una búsqueda por Internet con el objetivo de hallar más datos sobre Dabove, pero muy poco encontré, lo más destacado fue un documento de Manuel Lozano llamado: Santiago Dabove, esa feroz criatura que atravesó el relámpago. Este destacado crítico encuentra una relación en el cuento Finis con la estructura narrativa de El Holocausto del Mundo de Nathaniel Hawthorne pero de manera inversa. Es decir, en el relato del escritor estadounidense todo perece por la saturación ígnea, en cambio en el cuento de Dabove por alejamiento progresivo y gradual del sol.
De otro lado, en YouTube pude escuchar un extraordinario programa de análisis literario realizado por Jacques Sagot dedicado a un texto del escritor argentino llamado Ser Polvo. El análisis del cuento es de tipo textual y tiene variadas y muy importantes referencias con obras de arte, música y filosofía en el estilo magistral de Sagot. El enlace de este programa lo pueden encontrar en la transcripción de este episodio.
Igual, no está de más señalar que el prólogo de la primera edición del libro La Muerte y su Traje lo escribió Jorge Luis Borges, con preciosas referencias personales sobre el autor y los textos de Dabove.
Es indudable la riqueza y el profundo contenido que hay en el cuento que seleccionamos para este espacio. Haré un breve análisis de Finis con énfasis en el estilo del autor, que en mi opinión es de un insólito humor que te mantiene en suspenso, y donde se evidencia una búsqueda incesante sobre la cuestión de la muerte y del Carpe Diem -- los cuales son temas recurrentes en la literatura. Recordemos que el Carpe Diem es un término del latín concebido por el poeta romano Horacio y que hace referencia a vivir cada momento al máximo, su traducción literal sería: “aprovecha el día”.
Lo más fascinante de mi lectura fueron los cambios de ritmo que crean suspenso, aquello que Hitchcok denominó como el McGuffin (aunque al parecer quien utilizó primero el guionista Angus MacPhail, el debate está abierto). Este comentario está publicado en el libro de Francois Truffaut titulado: El cine según Hitchcock.
El McGuffin se refiere a elementos superfluos que presenta el autor, pero que llevan de la mano al espectador o en este caso al lector, hacia los momentos de tensión narrativa.
Por ejemplo, en el texto Finis, el Mcguffin sería la tarea de sacar las cenizas del pariente lejano, la primera parte del cuento se centra en el proceso de abrir la tumba, y posteriormente se encuentra el cilindro con un manuscrito en el cual alguien que afirma llamarse Marcos Prescott relata todos los cambios que enfrenta la humanidad por el cambio en la rotación y traslación del planeta.
También nos llamó la atención un dato curioso que nuestro colaborador en el habla inglesa, Don Hymel nos hizo caer en cuenta, y es acerca del personaje propietario de la empresa de gas, llamado Gould y su relación con Jason Gould, quien fue un magnate de la industria ferroviaria de los Estados Unidos en el siglo XIX -- famoso por sus practicas especulativas que lo convirtieron en uno de los hombres mas ricos de su tiempo. De hecho, fue llamado uno de los “barones ladrones”.
Jay Gould nació en 1836 y murió en 1892. Para la época Dabove tenía tres años. Pero es posible que la fama del magnate haya llegado a los oídos del argentino.
Cabe preguntar, si al bautizar al personaje antagonista con el apellido Gould, Santiago Dabove hacia una crítica al sistema capitalista, y sus prácticas especulativas que conducen a situaciones en las cuales el dinero ejerce un poder tal que los pobres se alimentan con comida que les deja sabor a lampara en la boca, y los ricos comen una mejor versión que no tiene sabor.
Volviendo al inicio del cuento, en Finis al abrir el féretro encuentran un cilindro de metal con un deteriorado manuscrito de estilo profético, sobre una catástrofe ocasionada por un súbito cambio en la rotación y traslación del planeta. Dicho cambio afecta el comportamiento humano, los fenómenos naturales y al tiempo.
Más adelante, el narrador del texto profético señala con humor como esta situación que parece el fin del mundo, conduce a los personajes a pensar en su placer inmediato: “(…) No es amor el que no deja huella en nuestros cuerpos. Déjate de dilaciones ¡amémonos que mañana moriremos(…).”
¡Me desternillé de risa¡ Recordé un meme que me compartieron en el inicio de la actual pandemia, donde aparecía una conversación de un hombre suplicando a una mujer para que le diera una oportunidad y ella le contesta algo así como: la única forma en que saldría con usted es que estemos en el fin del mundo, pasado un tiempo, él le vuelve a escribir, hola estamos en el fin del mundo, ¿vas a cumplir tu palabra?
Ahora bien, el narrador en el cuento de Dabove nos lleva hacia una referencia poética y otra filosófica: “Esto que en tiempos de Catulo o de Horacio olía a retórica, tenía ahora un significado serio y perentorio. Me pareció ver que los ojos de Amanda creían más en el amor como “hecho eterno” que en cualquier meteorología o cosmogonía.”
El estilo del narrador nos conduce de la frivolidad (como en el meme que se me vino a la mente) hacia la poesía de Catulo y Horacio que contienen versos como estos: “Vivamos, Lesbia mía, y amémonos, y las habladurías de esos viejos tan rectos, / todas, valorémoslas en un solo as. Los soles pueden morir y renacer: nosotros, en/ cuanto la efímera luz se apague, habremos de dormir una noche eterna”.
O los versos de Horacio en Carminum I (Carpe Diem): “Mejor será aceptar lo que venga,/ ya sean muchos los inviernos que Júpiter/ te conceda, o sea este el último (…)”
El trágico final correlaciona imágenes del agua y del lodo: “(…) charca de agua tibia y transparente (…) fino lodo del fondo.” Que permiten al lector relacionar la muerte con la vida, donde las sensaciones no sólo se construyen desde el punto de vista del narrador-personaje sino también a partir de la atmósfera y objetos que lo rodean. Y de esta forma crea aquello que TS Elliot denominó el correlato de objeto, es decir, utiliza imágenes poéticas de modo sucesivo, para producir una sensación que lleve al lector al análisis, a la reflexión.
En este cuento Finis, el estilo de Dabove entrelaza el proceso de transformación social que sufre la humanidad, no sólo en muchos aspectos de la vida cotidiana como la alimentación, sino también en las relaciones interpersonales. Y vincula estos elementos con características de la psicología humana sometida a tiempos de crisis, como sería el fin del mundo, donde las personas retornan a considerar con detalle como satisfacer sus instintos y necesidades básicas.
A modo de síntesis, el autor argentino nos ha conducido en esta narración por ambientes de muerte, desde el inicio con la descripción del proceso de desentierro, y luego con el texto encontrado, donde se evidencia como una historia está dentro de otra. Y cada una contiene otra perspectiva de la muerte, no sólo desde el pariente que están desenterrando sino desde el fin de la humanidad.
Pero ya no como una abstracción, ahora está desde el punto de vista de Marcos, quien es un personaje caracterizado como empleado de una empresa que fabrica aparatos que permiten a las personas volar, y de esta forma el lector ve el fin del mundo desde los ojos y reflexiones de una persona común, la muerte que se mostraba en los huesos que se desenterraban al inicio, ahora está ante nuestros ojos como: “(...) secreta música del alma.”
Despedida
Y para despedir el episodio de hoy los dejo con una frase celebre del muy reconocido astrofísico Neil deGrasse Tyson, uno de los divulgadores de la ciencia más reconocidos:
“Sí, el universo tuvo un principio. Sí, el universo continúa evolucionando. Y sí, cada uno los átomos de nuestro cuerpo salieron del Big Bang en esos hornos termo-nucleares de gran masa, llamados estrellas. No estamos simplemente en el universo, somos parte de él. Se podría decir que somos la facultad que tiene el universo de conocerse a sí mismo. Y tan solo estamos empezando”.
Y con este pedacito de sabiduría eterna y mutable, finalizamos el episodio de hoy. En nuestro siguiente programa viajaremos de la Argentina a España. De la mano crítica y quizá también profética de Don Miguel de Unamuno, llegaremos a un lugar inhóspito creado por la mano del hombre.
Hasta el siguiente cuento, adiós, adiós.
*
Bibliografía
Santiago Dabove. La Muerte y su Traje. Editorial Alcándara. Buenos Aires 1961.
Santiago Dabove. Finis. URL: https://leanoseapendejo.blogspot.com/2016/08/finis-santiago-dabove.html
Francois Truffaut. El cine según Hitchcock. Tercera edición. Madrid: Alianza 2008.
Teresa López-Pellisa & Silvia G Kurlat Ares (Editoras). Historia de la ciencia ficción latinoamericana I. Desde los orígenes hasta la modernidad. Ed. Nexos y Diferencias.
Manuel Lozano. “Santiago Dabove, esa feroz criatura que atravesó el relámpago”. URL: http://www.eldigoras.com/eom/2002/tierra07mlz06.htm
Jacques Sagot. “Quedate en casa con grandes escritores”. URL: https://www.youtube.com/watch?v=WI8XOjCnUKk
Horacio. “Carpe Diem”. URL: https://ciudadseva.com/texto/carpe-diem/
Catulo. “Poemas”. URL: https://www.imperivm.org/poemas-de-catulo-obra-completa/
Dave Mosher. “There are many ways the world could end, but scientis think these are the most likely”. Revista digital Sciencealert.com URL: https://www.sciencealert.com/8-terrifying-ways-the-world-could-actually-end#:~:text=%20There%20Are%20Many%20Ways%20The%20World%20Could,instead%20of%20just%20passing%20by%20and...%20More%20
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