Esta es la sensual y fragante historia de Marina, una joven que sabe albergar fragancias en su piel. Pero su don hace que sea deseada y resentida por quienes quieren aprisionarla. En los comentarios hablamos de cómo los sistemas religiosos y políticos resignificaron el rol de la mujer y las minorías en Latinoamérica.
Primer cuento
La venganza de las sirenas
Como no pudieron salvar a Perséfone del rapto de Hades, las Oceánidas fueron castigadas. Convertidas en terrible animal, mitad mujer, mitad pez. ¿Qué iban a hacer ellas, pobres ninfas, contra dios tan tenebroso? Pero ahora que son monstruos, tienen poder.
Si los hombres caen presa de sus cantos, ellas se los comen. De algo hay que alimentarse. Pero el plan de las Sirenas es otro. El plan es salvar a todas las mujeres de los raptos de los hombres. Que no lleguen con sus barcos a robarlas, a someterlas al terrible cautiverio del hogar. Las sirenas, en verdad, tan sólo cumplen la encomienda que cuando ninfas no pudieron encarar.
De paso, responden a las secretas plegarias de Penélope.
(Tomado de Círculo de Poesía, Revista Electrónica de Literatura: https://circulodepoesia.com/2010/11/microcuentos-de-mayra-santos/)
Bienvenida
Que tal estimadas amigas y amigos de Tres Cuentos, el podcast dedicado a las narrativas literarias de Latinoamérica. El cuento anterior fue escrito por la autora puertorriqueña Mayra Santos-Febres.
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Originalmente, encontré un escrito de Mayra Santos Febres en el libro bilingüe Afro-Puerto Ricans in the Short Story, An Anthology (Los afro-puertorriqueños en el cuento, una antología), editado por Victor C. Simpson. Inmediatamente supe que tenía que presentar en el programa el cuento "Marina y su Olor".
Después de contactar sin éxito a la editorial original para obtener permiso y presentar la historia, proseguí a contactar a la autora. Llamé a la Biblioteca Nacional de Puerto Rico, pensé, ¡allí me pueden ayudar a encontrar una aguja en el pajar! Desafortunadamente, debido a COVID-19 nadie estaba trabajando.
Sintiendo que tendría que presentar a otro autor, mi mente obstinada me pidió intentarlo una vez más. Primero, llamé a la Universidad de Puerto Rico, y más tarde a la Fundación Nacional para la Cultura Popular.
En esta última, un hombre muy amable respondió. Le expliqué lo que necesitaba, y me proporcionó un número telefónico. Sin embargo, temía que nadie me contestaría. Pero funcionó y me complace decir que Santos-Febres nos concedió permiso para presentar la historia y ser entrevista. Estoy muy contenta y agradecida porque en verdad la historia de hoy es muy, muy bonita.
Y así, con la voz fragante y sincera de la escritora afra-puertorriqueña Mayra Santos-Febres, finalizamos nuestro viaje a través de la literatura afrodescendiente.
La siguiente historia se puede encontrar en el libro Pez de Vidrio, publicado porEdiciones Huracan (1996).
Mayra Santos Febres nos cuenta la historia de Marina, una joven que sabe albergar fragancias en su piel. Con el tiempo sus sentimientos equivalen a los aromas que su cuerpo recuerda. Pero su divino don es deseado y resentido por aquellos que no pueden aprisionarla.
Historia
(Texto reproducido con permiso de la autora Mayra Santos Febres)
Marina y su olor
Por Mayra Santos Febres
Adaptado por CQS
Doña Marina París era una mujer repleta de encantos. A los cuarenta y nueve años expiraba todavía esos olores que cuando joven dejaba a los hombres del solar embelesados y buscando cómo poderle lamer las carnes a ver si sabían a lo que olía. Y todos los días olían algo diferente. A veces, un delicado aromita a orégano brujo le salía de por las grietas de la entrepierna de doña Marina; otras veces, perfumaba el aire a caobo macho, a limoncillos de quemar golondrinos, pero la más de las veces olía a pura satisfacción.
Doña Marina había trabajado desde chiquita en el come-y-vete “El Pinchimoja”, establecimiento abierto en el creciente pueblo de Carolina por Esteban París. Anteriormente, don Esteban había sido clarinetista virtuoso, trabajador de caminos y muestrero de “melao” de la Central Victoria. Su esposa consensual, Edovina Vera, era nieta de una tal Pancracia Hernández, tendera española venida a menos a quien el tiempo le tendió una trampa en forma de negro retinto de Canóvanas. Él le enseñó de verdad lo que era gozar de un hombre ya cuando ella le había perdido la fe y el gusto a casi todo, incluyendo a Dios.
Marina se crio en “El Pinchimoja”. Mamá Edovina, todos los años pariendo chancletas, le encomendó a Marina la cocina de la fonda y que vigilara a la María, la señora medio loca que le ayudaba a Mamá a mover los grandes calderos de arroz guisado con habichuelas, las ollas de tinapa en salsa, el asopado de pollo, la batata asada y el bacalao con pasas, especialidad del lugar. Como trabajo especial, Marina tenía que prevenir que la María cocinara con aceite de coco. Había que salvar la reputación del lugar y que la gente no creyera que los dueños eran una trulla de negros ariscos de Loíza.
Desde los ocho hasta los trece años, Marina expulsaba aromas picantes, salados y dulces por todos los goznes de su carne. Y ella, arropada como siempre en olores, ni se dio cuenta de que con ellos embrujaba a todo el que le pasaba cerca. Su sonrisa ampulosa, sus pasas recogidas en trenzas y pañuelos, sus pómulos altos y el olor del día le sacaban la alegría hasta al picador de caña más decrépito, hasta al trabajador de caminos más chupado por el sol, hasta a su padre, clarinetista frustrado, quien se levantaba de su sopor de alcohol y sueños e iba a parársele cerca a su Marina nada más que para olerla pasar.
A doña Edovina le empezaba a preocupar el efecto de Marina en los hombres, en especial, la manera en que lograba despertar a don Esteban de la silla del alcohólico en la cual se postraba todas las mañanas desde las cinco, cuando terminaba de comprarle los sacos de arroz y plátanos al carretero suplidor que a diario bajaba hacia el colmado “La Nueva Esperanza”.
Ya Marina tenía trece años, edad peligrosa. Así que un día doña Edovina abrió una botella extra de ron Cristóbal Colón de Mayagüez, se la puso al lado de la silla a su cortejo, es decir a don Esteban, y fue a buscar a Marina a la cocina, donde ella empezaba a pelar las batatas y los plátanos para asarlos. Doña Edovina le dijo a la joven –Hoy empiezas a trabajar para los Velázquez. Allí te darán comida, ropa nueva y la casa de doña Georgina te queda cerca de la escuela-.
Acto seguido, Doña Edovina se llevó a Marina por la parte de atrás del restaurante “El Pinchimoja” hacia la calle José de Diego. Pasaron por detrás de la farmacia de los Alberti para llegar a la casa de doña Georgina, blanca beata ricachona, cuya pasión por la yuca guisada con camarones la hizo notable en el pueblo entero.
En esa época Marina empezó a oler a mar. Iba a visitar a sus padres todos los fines de semana. Don Esteban, cada vez más alcoholizado, llegó a no reconocerla, pues se confundía pensando que ella iba a oler a los platos del día. Cuando Marina llegaba olorosa a chillo o a los camarones que se comían regularmente en la casona señorial, el padre volvía a tomar un trago de la botella amiga que yacía a los pies de su silla y se perdía en los recuerdos de su pasión por el clarinete.
“El Pinchimoja” ya no atraía a las gentes de antes. Había bajado a la categoría de fonda de desayunos; allí lo que se comía era funche, sorullos de maíz con queso blanco, café y sancocho. Los funcionarios de oficina y hacedores de caminos se habían desplazado a otro come-y-vete que tenía una novedosa atracción que reemplazó el cuerpo prieto de la treceañera olorosa a sazones: una vitrola en la cual a la hora del almuerzo se escuchaba a Felipe Rodríguez, Pérez Prado y a la orquesta de Benny Moré.
Fue en la casa de los Velásquez donde Marina se percató de su habilidad prodigiosa para albergar olores en su carne. Todos los días tenía que levantarse antes de las cinco de la mañana para dejar listo el arroz, las habichuelas y la mistura que les acompañara; esa fue la condición que le impusieron los Velásquez para que pudiera asistir a la escuelita municipal.
Un día, pensando en la comida que debía preparar al día siguiente para la señora de la casa, Marina sorprendió a su cuerpo oliendo al menú imaginario- sus codos a recaíllo fresco, sus axilas a ajo, cebolla y ají rojo, sus antebrazos a batata asada con mantequilla, el entremedio de sus senitos en flor a lomillo fresco encebollado y más abajo a arroz blanco y granoso, como a ella siempre le quedaba el arroz-. Entonces se impuso como disciplina hacer que olores recordados salieran de su cuerpo. Los aromas a yerbas le salían bien. La mejorana, el poleo y la menta eran sus favoritos.
Después de sentirse complacida con los resultados de sus experimentos aromáticos caseros, Marina empezó a experimentar con olores sentimentales. Un día trató de imaginarse el olor de la tristeza. Pensó firmemente en el día en que Mamá Edovina la mandó a vivir a casa de los Velásquez. Pensó en don Esteban, su papá, sentado allí imaginando lo que pudo haber sido su futuro como clarinetista en las bandas de mambo o en las pachangas de César Concepción. En seguida del cuerpo le salió un olor a mangle mañanero y a calor de sábana así entre rancio y medio dulzón. Después de esto, practicó los olores de la soledad y del deseo. Aunque pudo sacar aquellos aromas de su propio cuerpo, el ejercicio la dejaba exhausta; le causaba demasiado trabajo. Así fue que Marina empezó a recoger olores de los patrones, de los vecinos de la casona Velásquez, de la servidumbre que vivía en los cuartitos del patio junto a las gallinas y los hilos de tender la ropa interior del hijo de doña Georgina.
Hipólito Velásquez, hijo de doña Georgina, no le gustaba para nada a Marina. Ella lo había sorprendido en el baño masturbándose, despidiendo un olor a avena con moho dulce. Ése era el mismo olor (un toquecito más ácido) que despedían los calzoncillos de Hipólito Velásquez antes de lavarlos. Él era seis años mayor que Marina, enclenque y amarillo, con unas piernas famélicas y sin una sola onza de nalgas.
“Esculapio” le apodaba Marina callada cuando lo veía pasar, ella sonriendo siempre con esos pómulos altos de negra parejera. Las lenguas del pueblo decían que casi todas las noches el niño Hipólito paseaba por el Barrio Tumbabrazos buscando mulatitas para hacerles “el daño”. Le encantaba la carne prieta.
A veces, Hipólito le miraba con ahínco. Una vez le insinuó a Marina que tuvieran amores, pero ella se le negó. Lo veía tan feo, tan débil y apendeja’o que de sólo imaginarse que Hipólito le ponía un dedo encima, su carne empezaba a oler a pescado podrido y ella misma se daba náuseas.
Después de año y medio de vivir con los Velásquez, Marina comenzó a fijarse en los varones del pueblo. En las fiestas patronales de Carolina de aquel año, conoció un tal Eladio Salamán, que de una sola olida la dejó muerta de amor. Tenía la mirada soslayada y el cuerpo apretado y fibroso como el corazón dulce de una caña. Su piel rojiza le recordaba el tope de los muebles caoba de la casona Velásquez. Cuando Eladio Salamán se le acercó aquella noche a Marina, llegó con un maremoto de fragancias nuevas que la dejó embelesada por horas, mientras la conducía del brazo y caminaba con ella por la plaza.
Tierra de bosque lluvioso, yerba buena con rocío, palangana sin estrenar, salitre mañanero… Marina comenzó a ensayar sus olores más difíciles a ver si lograba convocar el de Eladio Salamán.
Este empeño la hizo olvidadiza en cuanto a todos sus menesteres y a veces, sin proponérselo, les servía platos a los patrones con los olores confundidos. La yuca con camarones una tarde le salió oliendo a chuletas a la jardinera. Otro día, el arroz con gandules perfumaba el aire a verdura con bacalao y llegó a tales extremos su crisis que un pastelón de papas le salió del horno oliendo igualito que los calzoncillos del niño Velázquez. Tuvieron que llamar al médico de emergencia, pues todos los que aquel día comieron en la casa vomitaron hasta la bilis y creyeron que se habían envenenado sin remedio.
Marina se dio cuenta de que la única manera de romper la fascinación con aquel hombre era volverlo a ver. Sigilosamente lo buscó con el olfato por cada esquina del pueblo hasta que dos días después lo encontró sentado frente al cine Sereceda tomándose una champola. Esa tarde, Marina no regresó a la casa a tiempo para preparar la comida. Se inventó cualquier excusa.
Luego corrió a hacer la cena, que fue la más sabrosa que se comió en el comedor de los Velázquez en toda la historia del pueblo porque olía a amor y al cuerpo dulce de Eladio Salamán.
En una tarde de andanzas por el barrio, Hipólito vio a Marina cogida de manos con Eladio, los dos sonrientes y dando vueltas alrededor de sus aromas. El señorito Hipólito recordó cómo la morena lo había rehusado y ahora la encontraba sobeteándose con aquel negro cañero. Pesó su momento y se fue a hablar con su señora madre.
Quién sabe lo que le dijo Hipólito, pero doña Georgina se puso furiosa. Cuando llegó Marina, la insultó. -¡Mala mujer, indecente, negra apestosa, apestosa!- Y hasta tuvo que intervenir Mamá Edovina para convencer a la patrona de que no botara a su hija de la casa. Doña Georgina aceptó, pero con la condición de rebajarle el salario y redoblarle la vigilancia. Marina no podría ir al mercado sin compañía, no podía pasearse por la plaza durante semanas y sólo se podía comunicar con Eladio a través de recados.
Aquellos días fueron horribles. Marina no podía dormir; no podía trabajar. Se le borró de cantazo su memoria olfativa. Las comidas le salían desabridas, todas oliendo a armario vacío. Esto causó que los insultos de doña Georgina se redoblaran.
-¡Contentita, arrastrada, apestosa!-
Una tarde Marina ya no soportó más. Decidió convocar a Eladio con su olor, uno que ella se había hecho a la medida y que le enseñó un día de amoríos en los predios baldíos de la central. –Este es mi olor – le había dicho Marina. Grábatelo en la memoria-. Y Eladio, fascinado, se la bebió completa aquella vez para que el aroma de Marina se le quedara pegado a la piel como si fuera un tatuaje.
Marina estudió bien la dirección del viento. Abrió las ventanas de la casona y se dispuso a perfumar al pueblo consigo misma. En seguida, los perros realengos se pusieron a aullar y los poblanos comenzaron a caminar con prisa por la calle, pues juraban que eran ellos los que olían así, a bromelias espantadas, a saliva ardiente.
Dos cuadras más adelante, Eladio, que hablaba con sus amigos, reconoció el aroma, se despidió y corrió a ver a Marina.
Pero mientras se besaban, el niño Velázquez los sorprendió y echó a insultos a Eladio de la casa. Ya a puerta cerrada, Hipólito le propuso a Marina que, si lo dejaba sobarle el pecho, él mantendría el secreto y no le diría nada a la patrona. –Así mantienes el trabajo y de paso te evitas los insultos de Mamá –le dijo, ya acercándose.
Marina se enfureció de tal modo que no pudo controlar su cuerpo. Por todos los poros se le salió un olor herrumbroso mezclado con peste a aceite quemado y ácido de limpiar turbinas. Era tan intenso el olor que Hipólito Velázquez tuvo que agarrarse del sillón de medallones de la sala agobiado por un mareo. Sintió que le habían robado el piso y cayó redondito sobre las losas recién mapeadas de la salita de estar.
Marina esbozó una sonrisa victoriosa. A paso firme, entró en el aposento de doña Georgina. Fumigó el cuarto con un aroma a melancolía desesperada (lo había recogido del cuerpo de su padre Esteban) que revolcó por sábanas y armarios. Iba a matar a aquella vieja de pura frustración.
Tranquilamente se fue a su cuarto, hizo un emborujo con sus cosas y miró la casona complacida. Yacía en el piso el embeleco del niño Velázquez con un desmayo del que jamás se recuperaría por completo. El aposento de la patrona olía a recuerdo de sueños muertos que aceleraban las palpitaciones del corazón. La casa entera despedía aromas inconexos, desligados, lo que obligó a que nadie en el pueblo quisiera visitar a los Velazquéz nunca más.
Marina sonrió. Ahora se iría a ver a Eladio. Se iría a resucitar el restaurante “El Pinchimoja”. Se largaría de aquella casa para siempre. Pero antes de salir por la puerta se le escaparon unas palabras hediondas que a ella misma la sorprendieron.
Bajando las escaleras del balcón, Marina se oyó decir con resolución: -¡Para que ahora digan que los negros apestan!
Comentario
Este cuento me recuerda el libro de la chilena-estadounidense nacida en Perú, Isabel Allende, Como Agua para Chocolate. Pero la diferencia es que la puertorriqueña Mayra Santos-Febres trata el tema de los sabores y los olores de otra manera. El personaje de Marina de alguna manera evoca el instinto femenino de crear y desear con libertad.
Sin embargo, antes de adentrarnos en cómo los sistemas religiosos y políticos resignificaron el rol de la mujer y de las minorías, para que encajaran dentro del plan de la modernidad, quiero dar un caluroso saludo a uno de nuestros oyentes.
Hugh Robertson quien nos escribió un mensaje muy amable con una importante reflexión acerca de las historias que contamos una y otra vez, y que pocas veces cuestionamos. Mil gracias, Hugh Robertson, su comentario y reflexión me animan a continuar trayendo más literatura e historia al programa.
Igualmente quiero recordarles que, si les gusta el programa, consideren suscribirse al podcast visitando nuestro sitio web www.trescuentos.com, o en cualquier aplicación de podcast que utilicen para escuchar sus programas favoritos.
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(Acerca de la autora)
Es tiempo de hablar de la apasionada mujer que escribió el cuento de hoy, Mayra Santos-Febres.
La página web de la Fundación Nacional para la Cultura Popular de Puerto Rico nos dice que, la vocación de la escritora puertorriqueña Mayra Santos-Febres se resume en lo que ella dice, “Dame palabras y hago lo que sea con ellas”.
Santos-Febres es escritora, catedrática y poeta. Al igual que mi querida mamá, la madre de la autora le inculcó el amor por la literatura.
En la página web de la Fundación Nacional para la Cultura Popular de Puerto Rico, encontramos una anécdota de la infancia de Santos-Febres.
Y dice: “Desde pequeña mostró interés por el mundo de las letras, guardaba una libretita donde escribía poesías. Pero la que motivó a Mayra a vivir de las palabras fue su profesora de español de séptimo grado, Ivonne Sanavitis. Ocurrió que cierto día, la maestra descubrió a la niña Mayra escribiendo cosas en su cuaderno al margen de la clase. Entonces se le acercó, echó una ojeada a los escritos, y dijo: Fíjate, aquí quizás haya madera para una escritora”. (Tomado de: https://prpop.org/biografias/mayra-santos-febres/)
Santos-Febres es considerada “Dueña de lo que la escritora Ana Lydia Vega llama ‘la hiperconciencia’, esto es, la capacidad de pensar críticamente y más allá de las convenciones sociales. Mayra es una ferviente defensora de las causas justas y los marginados y rechazados de la sociedad, además de ser una activista anti-racismo. Estas convicciones salen a relucir en todas y cada una de sus obras literarias, sus cuentos, poemas y novelas. En sus escritos reivindica la libertad sexual y personal de la mujer, los derechos de las comunidades homosexuales y negras, y la esencia del puertorriqueño como caribeño y antillano.” (Tomado de: https://prpop.org/biografias/mayra-santos-febres/)
Entre los premios que Santos-Febres ha ganado se cuenta el Galardón Radio Sarandí del concurso Juan Rulfo Internacional de Cuento, en París, Francia. Su novela Sirena Selena vestida de pena, trata lo marginal del travestismo y ha tenido gran acogida internacional, en especial en Francia e Italia.
Pero no les voy a contar más. Después de los comentarios, tendremos a Mayra Santos-Febres hablándonos un poco de su experiencia como escritora afrodescendiente puertorriqueña.
En los episodios anteriores dedicados a las literaturas afrodescendientes hemos hablado un poco de cómo la religión determinó por mucho tiempo en el cosmos hispano lo que era aceptable, bello y normal.
Por lo tanto, hoy tomaremos el tren que conecta las ideas coloniales de la religión católica con las ideologías de la modernidad.
Para ello debemos referirnos al artículo escrito por la antropóloga Mara Viveros-Vigoya, “Blanqueamiento social, nación y moralidad en América Latina”.
La antropóloga Mara Viveros-Vigoya nos recuerda acerca de algo que hablamos en el episodio anterior. Ella dice que “En el contexto colonial latinoamericano, la certificación de limpieza de sangre – que operaba en la península ibérica y exigía documentar una ascendencia sin mácula religiosa de judíos o musulmanes - se transformó paulatinamente en la necesidad de probar no tener ancestros negros, mulatos, zambos, cuarterones, etc, visibles en el color de la piel y en ciertos rasgos fisonómicos. Al mismo tiempo, la misma dinámica colonial que creó las castas permitió procesos de ascenso social por blanqueamiento, posibilitando a ‘indios’ y ‘negros’ sobrepasar los límites que su condición les imponía mediante un proceso de sucesivos mestizajes a través de varias generaciones”.
Y así con el tiempo, el color se convirtió en un asunto de reputación. Citando a Peter Wade, Viveros nos dice que “una persona podía ser blanca si así era considerada públicamente”.
Recuerdo una conversación con un hombre dominicano en nuestro camino al Festival Nacional de Narración en Jonesbourgh, Tennessee. Después de darnos cuenta de que hablamos español, él me comentó que además de contar cuentos, él también trabajaba en un documental acerca de su familia.
El cual esperaba reflejara un poco la mentalidad dominicana respecto al miedo que muchos tenían de aceptar que tenían sangre negra. Después de todo, ya la mayoría en su familia tenía la tez clara, pero bajo un análisis detallado, se podía inferir rasgos afros. Yo le comenté que en algunos miembros de mi familia también existía dicho temor, pero no con lo afro, sino con lo indígena. Nos reímos de la coincidencia, reconociendo que tal vez dicho miedo se multiplica en la memoria de muchos.
Viveros-Vigoya nos recuerda que en la colonia “el color, al igual que la memoria, era una categoría moldeable en la cotidianidad y que se definía según la situación”.
Recuerden que ya lo dijo Machado de Assis en el episodio 35 “El Secreto del Bonzo,” “si una cosa puede existir en la opinión, sin existir en la realidad, y existir en la realidad sin existir en la opinión, la conclusión es que de las dos existencias paralelas la única necesaria es la de la opinión, no la de la realidad, que es apenas conveniente”.
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¿Y cómo el color acabo cobrando tanta importancia en Hispanoamérica?
Diferente a los Estados Unidos, donde los colonizadores llegaron con sus familias, en Latino América durante la conquista y luego en la colonia, muchos hombres dejaron a sus mujeres atrás. Por lo tanto, las mujeres blancas eran escasas.
A esto se le agrega que contrario al titan del norte, en Latinoamérica era más fácil para los esclavos comprar la libertad. Estas dos variables y otras encontraron tierra fértil en las nacientes sociedades latinoamericanas, impulsando el mestizaje.
Por otro lado, dado que la pirámide social tenía a los blancos en la cúspide, y a los indígenas y afros en la base, allí en el medio había espacio para ascender.
Con el gran número de mestizos que crecía y alcanzaba riqueza, el estatus racial se hizo una determinante para la elite blanca. Tan importante se hizo el asunto de la pureza de sangre, que la responsabilidad acabo recayendo sobre los hombros de las mujeres.
Refiriéndose al acuerdo social por garantizar la pureza de la sangre, Viveros-Vigoya nos dice que “En esta operación fue crucial el control del comportamiento sexual de las mujeres de la elite, consideradas como los agentes que podían traer contaminación al interior de la familia, amenazando la pureza de sangre que definía en buena parte la posición social de la elite en la jerarquía social y racial”.
De ahí la vieja excusa de la importancia de la castidad y la virtud de la mujer que equivalía al honor familiar.
Ciertamente hubo muchos abortos durante la colonia, dado que ningún embarazo producto de una relación con un hombre de menor rango podía traer algo bueno. Por encima de todo las mujeres debían contribuir a preservar el sistema que privilegiaba a sus esposos, hermanos y padres blancos. Como dice el dicho, nadie sabe para quien trabaja.
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Entonces, el matrimonio tomó mayor relevancia en la definición del estatus social. Se convirtió en la institución que conectó la dominación sexual con la racial, y al Estado con la familia.
Es de esperarse que durante la colonial se generaran políticas contra el matrimonio interracial. Dado que en el subconsciente de muchas naciones latinoamericanas, existía el fantasma de la independencia negra haitiana. Por lo tanto, era necesario no darle poder a los de color.
Sin embargo, por más normas que se establecieran para mantener a la elite pura y blanca, lo mismo no aplicaba a la gente del común.
Nos dice Viveros-Vigoya, citando a Peter Wade que “las uniones consensuales fueron frecuentes entre las capas plebeyas de las ciudades coloniales de México, Lima y Santa Fe de Bogotá, y parecen haber sido aceptadas como una norma cultural de ese grupo […] la castidad femenina tenía un valor menor que en la elite. Sin embargo, el matrimonio fue una institución ampliamente valorada por toda la población y era una meta a la que se aspiraba”.
Quizá debido al alto grado de mestizaje o a la laxitud con que se seguían las normas, es que las autoridades coloniales recurrieron a la Inquisición.
Viveros-Vigoya afirma que “Los colonizadores españoles y portugueses vincularon la inmoralidad sexual al paganismo y persiguieron la brujería, no únicamente como herejía sino también como un ámbito muy sexualizado”.
De hecho, si le echáis un vistazo al manual utilizado por los tribunales de la inquisición en México y Lima en 1569, y luego en Cartagena de Indias en 1610, muchos de los casos se relacionaban con la sexualidad. He adjuntado el enlace al documento en PDF en la transcripción.
Continuemos entonces con la obsesión que la Inquisición tenía con el mestizaje y la sexualidad.
Viveros-Vigoya cita la investigación de Luiz Mott en Brasil, quien señala que “muchos de los sacrilegios investigados por la inquisición en Brasil tenían contenidos sexuales”.
Pero no solo Brasil estuvo bajo el escrutinio. Viveros-Vigoya cita a Jaime Borja, estudioso que nos habla del caso colombiano diciendo que “la sexualidad de las poblaciones negras, indígenas y mestizas fue sometida a un más estricto escrutinio. De este modo, concubinato, adulterio y sodomía fueron pecados asociados muy frecuentemente con las poblaciones racializadas y la brujería se asimiló con la prostitución y los comportamientos sexualmente licenciosos”.
O sea que la vida de las minorías era examinada con lupa, juzgada duramente y hasta sacada de proporciones, especialmente en temporada de caza de brujas. Mientras que a las elites blancas se les aplicaba el viejo dicho el peca y reza, empata.
Pero no os preocupéis, que el que mucho abarca, poco aprieta, y la iglesia por más que trato no logró llegar a cada individuo y grupo social. Lo cual ayudo a que se generaran espacios de libertad y autonomía.
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Es tiempo de cruzar el puente que nos lleva de la Inquisición a la modernidad.
Exploraremos cómo el proyecto de consolidación y modernización de los estados nacionales, dio a la mujer y a las minorías la falsa esperanza de mejorar su estatus, y liberarse del escrutinio religioso y social.
Con la llegada del siglo XX, en muchos países latinoamericanos se iniciaron campañas con el fin de mejorar la raza. Se dio inicio entonces a políticas higienistas, programas eugenésicos (o selección racial), renovación urbana, acceso a la educación, y se dio la bienvenida a la modernidad.
Nos dice Viveros-Vigoya que en el caso colombiano “La familia fue el foco de las estrategias remediales y formativas emprendidas para la reforma del pueblo, y la mujer fue considerada como la responsable de reformar a los hijos de la patria en aras de consolidar una nueva nación fuerte y vigorosa”.
Esto me recuerda a los discursos nazis, comunistas y capitalistas, acerca de la tremenda responsabilidad que yace sobre las mujeres. El compromiso de la construcción de familia y por ende de nación.
Entonces, se diseñaron manuales de economía domestica y de buenas maneras que guiaban a las mujeres en sus futuras obligaciones como las procreadoras de la sociedad moderna.
Viveros-Vigoya afirma que “Para ellas se delimitaron no sólo sus funciones como madres, sino también la edad ideal para casarse, iniciar la vida sexual, tener hijos y realizar cada tarea en función de su etapa de vida”.
De ahí que más de una llegando a los 30 se angustiara sino tenia marido, porque entonces se quedaría para vestir santos, y se le veía como un individuo que en menor medida contribuía a la sociedad.
Si las mujeres en los siglos anteriores eran solo un medio para la reproducción familiar y el mantenimiento de las dinastías, o como cuerpos que servían para el entretenimiento masculino, ahora eran vistas como las responsables del progreso nacional. Pero no se crean que el cuento tan rápido, porque la aparente ascensión de estatus o rol social viene con su guardado.
La mujer era ahora reconocida como la encargada de la economía del hogar, creando un nido acogedor para su esposo. Entonces, un hogar cálido, limpio y organizado garantizaba mantener al esposo lejos de los vicios del juego, alcohol y de las mujeres de la calle. En consecuencia, dicho hombre podría convertirse en un ejemplar trabajador del gran sistema productivo de la modernidad.
Lamentablemente, dicha creencia de que una buena mujer sabe cómo mantener al marido contento no se ha desvanecido. Yo he escuchado a mujeres y hombres mayores decir cuán importante es la mujer en el éxito de su esposo y de sus hijos, a menudo sacrificando sus propias aspiraciones.
Viveros-Vigoya nos dice que “Las mujeres fueron vistas y representadas por el discurso médico no sólo como madres biológicas sino también como madres morales de los hijos, la familia, la sociedad y la nación”.
En un estudio hecho por Donna Guy (1991) en Argentina (citado por Viveros) se hace referencia “a la participación de las mujeres feministas en la definición de la maternidad, aceptada como un destino que debían cumplir las mujeres modernas”.
Continua Donna Guy diciendo que “escritoras feministas como Raquel Camaña vincularon la maternidad con la democracia y plantearon la centralidad que debía ocupar el proyecto de una democracia vital, anclado en la familia”.
Recuerden las palabras sarcásticas de la argentina Alfonsina Storni en el episodio 30, “Diario de una Niña Inútil”, “Esta mañana al levantarme me he acordado de que alguien dijo que un hombre completo debe en la vida tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro.”
Me pregunto si estas tareas todavía son requisitos para alcanzar la felicidad.
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¿Y qué tiene todo esto que ver con las minorías sociales y raciales?
Todo este cuento del vital rol femenino en la construcción de una nación moderna hacía parte de las políticas higienistas. Las cuales, apoyadas en las corrientes del positivismo (que avala el conocimiento científico por encima de todo), del darwinismo social (que es la aplicación de la selección natural en las sociedades humanas), y de la antropología forense, reforzaron la idea de “las clases peligrosas”.
Dichas clases sociales que degeneraban la sociedad debían ser temidas, reeducadas o erradicadas. Entre ellos se incluían los que sufrían de tuberculosis, sífilis, alcoholismo, al igual que las prostitutas, vagos, mendigos, criminales, sediciosos y los grupos raciales minoritarios.
La sexualidad de estos grupos fue motivo de desconfianza. Al punto que para las clases dirigentes latinoamericanas el pueblo de origen indígena o africano, eran un impedimento para el desarrollo nacional.
Cuantas veces no he escuchado a las personas educadas decir que los indígenas o los grupos afrodescendientes son unos atrasados que no quieren educarse o modernizarse. Simplemente porque continúan practicas ancestrales y no aceptan la intervención del estado que desea traerles el progreso.
El mismo progreso que hoy día ha traído problemas ambientales irreversibles, la extinción de fauna, flora, lenguas y poblaciones ancestrales.
El progreso que nos agobia con trabajos de más de 40 horas a la semana, que n te hace llevar el trabajo a la casa, que nos vende comida chatarra, que nos anestesia frente al televisor por horas, y que nos ahoga en préstamos bancarios.
El mismo progreso que posterga la edad de jubilación, que nos hace desear más y más, aunque lo que tengamos es posiblemente lo que necesitamos. Como mi esposo dice “la valía de una persona acaba estando intrínsecamente ligada a su productividad”.
Mi papá alguna vez me dijo “mija, la única forma de avanzar es endeudarse”. Me quede aterrada, yo le tengo pavor a las deudas. Luego me di cuenta de que él tenía algo de razón, así es como el sistema fue diseñado, para que siempre le estemos debiendo.
Entonces bajo la bandera del progreso, la cultura política republicana centró su discurso alrededor de la dignidad y de los derechos civiles de los hombres trabajadores. Y se le permitió a dicho hombre trabajador que mientras cumpliera sus responsabilidades públicas podía ejercer en casa su autoridad patriarcal.
Dice Viveros-Vigoya que se les autorizó a los hombres dicho poder “a través del control de la sexualidad de las mujeres, en el marco de una masculinidad vigorosa pero civilizada”.
Sin embargo, el pacto patriarcal base de la nación moderna -una mutación de las formas religiosas coloniales- fundado en los valores familiares también se contradice. Viveros-Vigoya afirma que “mientras [el pacto] buscaba una mayor fluidez en las relaciones raciales pretendía ejercer un férreo control de la laxitud moral que se atribuía a los grupos racializados, mediante políticas y programas de intervención social. Y al tiempo que promovía los valores de la modernidad salvaguardaba de ellos a las mujeres”.
En otras palabras, las mujeres, aunque elevadas al pedestal de ser el axis de la familia y por ende de la nación, era constantemente sospechosas y consideradas incompetentes.
Porque creen que durante tanto tiempo solo las posiciones de poder eran ocupadas por hombres. Cuantas veces he escuchado a mujeres mayores considerarse a sí misma poco inteligentes, solo su descendencia y sus esposos tienen el cerebro que las pobres creen que no heredaron.
En ultimas los beneficiarios de la modernidad eran solo los hombres blancos heterosexuales de buena familia. Con esto no pretendo que nos levantemos con rabia contra aquellos que se han visto beneficiados por antiguos sistemas. Probablemente ni ellos saben cómo llegaron allí.
El problema radica en lo que asumimos como correcto, en los cuentos y plegarias que repetimos como credos sin cuestionar qué agenda es la que apoyan.
Lo cierto es que para que haya un 1% de ricos o de beneficiados, debe haber un 99% que los carga en sus hombros. Si nosotros, el 99% comenzamos a sacudirnos de los hombros las ideologías heredadas de la familia y la sociedad, quizá logremos desenchufarnos de la matriz.
Mis padres me inculcaron el escepticismo. Mi papá decía que no siguiera a otros de forma ciega, que pensara por mí misma, que cuestionara lo que los demás querían de mí. Recuerdo su pregunta ¿y es que usted sigue a Vicente? Refiriéndose al dicho para donde va Vicente, va la gente.
Mi mamá por su parte todavía me advierte que sospeche de los discursos apasionados, porque siempre hay algo más.
Recordemos el minicuento con el que iniciamos el episodio “La venganza de las sirenas”. En la historia Mayra Santos-Febres nos sugiere sospechar acerca de esa idea que por mucho tiempo nos creímos, de que por pura maldad las sirenas causaban la perdición de los hombres. La escritora nos sugiere que quizá la antigua versión es solo un cuento mal contado.
Sin más, es hora de presentar la entrevista con la autora puertorriqueña Mayra Santos-Febres. En la entrevista la autora nos recuerda la necesidad de reevaluar y cuestionar las formas heredadas de modelos que ya no nos sirven.
(Entrevista)
Iniciamos con la pregunta acerca de los desafíos que Santos-Febres ha tenido como mujer afrodescendiente puertorriqueña.
(Santos-Febres): Desafíos cuando una es o intenta ser una escritora puertorriqueña, afrodescendiente pues siempre los va a haber, porque tradicionalmente la literatura ha sido espacio patriarcal, verdad, son los grandes escritores de la historia, los que, son los protagonistas de este espacio, recientemente el mundo latinoamericano e iberoamericano está empezando poco a poco a dejarle espacio a las mujeres y, este año y el año pasado recién, mucha gente incluyendo la gente del premio nobel ha pedido excusas por esta omisión, para ellos nos quieren hacer creer que es involuntaria, pero es muy voluntaria y nos quieren hacer retribuciones, sin embargo todavía van por las mujeres blancas, no van por las mujeres indígenas, ni afro indígenas, ni afrodescendientes, entonces parece que a nosotras nos toca al final de la lista, cuando hemos estado aquí desde hace quinientos años, con nuestro sudor y nuestro empeño, y en contra de nosotras mismas trabajando para la construcción de nuestros países y el bien de nuestros pueblos, y preservando memorias y aumentando nuestra capacidad de imaginarnos un futuro, así que sí, hay retos, pero también hay grandes… esos desafíos se pueden convertir en unos grandes proyectos de reivindicación de memoria y por ejemplo yo escribo para recuperar la existencia y las contribuciones, por eso es que escribo mucha novela histórica.
La persona que me inspiró Marina y su olor el cuento que ustedes van a estar discutiendo es mi madre Marina este… Mariana, no… es un juego entre los nombres Marina y Mariana, mi madre que era maestra de español de cuarto, quinto y sexto y que me enseñó a leer a los tres años y que hizo todo lo que pudo para que yo pudiera recibir mejor educación que ella, mejores posibilidades de vida que ella como hacen las madres nuestras, y las mujeres que queremos un mundo mejor que nos apoyamos entre nosotras, las que no pues compiten entre ellas, no todas las mujeres somos hermanas, tampoco todas las personas racializadas. Pero sí me gusta recuperar las historias y conocerlas las de todas aquellas personas: Marcos Xiorro, la esclava Agripina, Harriet Tubman, todas las mujeres y todos los hombres del mundo que han peleado por la libertad sobre todo si son personas invisibilizadas por razones de género o de raza.
(CQS): Y bueno, en particular hay alguna anécdota que usted recuerde donde digamos tuvo que ser más ingeniosa como mujer, cómo puertorriqueña o como afrodescendiente donde usted diga, bueno voy a salirme con la mía, voy a sacar, voy a recuperar estas memorias, esta mujer esta mamá que tengo yo, papá y se las voy a mostrar al mundo.
(Santos-Febres): Bueno pero esa es la razón de toda mi literatura, yo creo que la literatura es una gran herramienta para contar las historias desde nuestras perspectivas y contarlas desde nuestra versión, pero si tengo que decir que si yo puedo narrar una anécdota narraría esta: yo recuerdo que cuando yo estaba en colegio, yo fui a un colegio católico con beca, un colegio privado, mi mamá que era maestra de escuela, trabajaba en la escuela justo del lado y ella decía: no Mayra a ti te van a comer viva aquí, tú eres una niña muy extraña, a ti te gusta mucho leer, yo te he criado para otra cosa y en estas escuelas, si tú no sabes pelear no llegas al comedor, así que yo te voy a poner en el colegio de al lado.
Y yo todos los días tenía que llegar caminando desde mi colegio de gente rica, y yo siendo la única negra, había dos o tres más allí, la hija de la conserje era una y yo era la otra que era con beca y una nieta, la nieta también de una señora, una abuela que trabajaba en el comedor escolar.
Y entonces una cosa interesante que pasó, fue que yo trabajé y trabajé en esa escuela, porque era bien inteligente, me ganaba muchos premios, y entonces fui presidenta de la clase graduanda, pero mi mamá después que ella se fajó tanto por mí, el día en que a mí me iban a dar mi medalla de magna cum laudem, iba a hacer el discurso de graduación, ella casi se quedó con una pierna adentro y otra afuera de la capilla de la escuela, donde ella misma me puso para que yo tuviera una mejor opción, y cuando yo vi eso yo dije esta va a ser la última vez, esto acaba conmigo, y entonces yo hice pasar a mi madre, yo me quedé calladita así, leí y dije esto es para Mariana Febres Falum mi madre, ella estaba desde afuera, le gustaba mucho el verde, tenía una camisa de este color me acuerdo y creo que mi edad, entonces me hacía así… como cállate, cállate, yo me quedé así sentada callada, hasta que la hicieron venir y entonces ahí cuando ella se paró, entonces yo le dije: esta es tu graduación. Entonces eso fue a los dieciséis años, a los diecisiete, perdón, ya marcó mi vida, yo quiero hacer eso por todas las personas cuyas historias y cuyo afán no es valorado, porque como lo vi que me lo hicieron a mí y a mi madre y también ella tratando de no avergonzarme, o de no quitarme momento en ese gran triunfo que no era mío, era de ella, pues… es eso, por eso es por lo que yo escribo.
*
Muy bien y con esta hermosa anécdota con la cual algunos se identificarán en tiempos de graduación, damos por terminada la temporada de Literatura Afrodescendiente. Finalizamos el programa con un poema leído por la misma Mayra Santos Febres.
(Poema final)
(Santos-Febres): De Anamú y Manigua. Río Piedras, P. R.: Editorial La iguana dorada, 1991.
Perdón
Perdón,
¿Dónde queda la isla de mis madres? Pisando la entendida del igual, deambulando por un colegio de monjas cerquitita de España, meaculpandose una el color, la extensión de caderas, el deseo treceañero, y luego por las clases sin salida próximas a Miami, nombrando islas celtas, Groenlandia o islas de los mares del sur como Borneo.
Perdón, corro patines más ingenua que desnuda, por corredores siempre pisando la fealdad autoconsciente, imitando español desgastado, coleta inglesa, Excuse me but where is the island of my mothers? Y creciendo where ni boni.
Hasta el día de la zarpa y la sospecha por pasillos de un recinto universitario muy cercano a Salamanca, a Nueva Orleans, o a un tiro petrio de Pretoría.
¿Dónde isla, isla of Iyamigua? Creciendo de repente en un inmenso automóvil hacia el cine en llantén, en llantén en sabotaje llantén que no es yerba de saberse con faz desfachatada, llorando por las autopistas, llorando hacia el peaje, llorando a mis madres, pero, ¿Dónde está esa isla y cómo se pregunta por ella en la lengua original?
Despedida
Y eso es todo por hoy. Recuerden compartir los episodios y escribirnos un mensaje a través de nuestra página web www.trescuentos.com.
Les adelanto que la siguiente temporada tiene que ver con los mundos imaginados. Si señoras y señores, regresaremos con los inicios de la ciencia ficción y fantasía en Latinoamérica. Hasta el siguiente cuento, adiós, adiós.
Bibliografía
Círculo de poesía. Revista Electrónica de Literatura: https://circulodepoesia.com/2010/11/microcuentos-de-mayra-santos/
Artículo: Blanqueamiento social, nación y moralidad en América Latina. Mara Viveros Vigoya. URL: http://books.scielo.org/id/mg3c9/pdf/messeder-9788523218669-02.pdf
Afro-Puerto Ricans in the Short Story, An Anthology. Edited by Victor C. Simpson. Copyright © Peter Lang Publishers, Inc. New York.
Boat People. Mayra Santos Febres. Publicado por Ediciones Callejón, 2005.
De Anamú y Manigua. Mayra Santos Febres.Río Piedras, P. R.: Editorial La iguana dorada, 1991.
Manual de la Inquisición. Malleus Maleficarum. URL: http://www.malleusmaleficarum.org/downloads/MalleusEspanol1.pdf
Créditos
Gnarled Situation by Kevin MacLeod is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 license. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/ Source: http://incompetech.com/music/royalty-free/index.html?isrc=USUAN1100405 Artist: http://incompetech.com/
Hit the Streets (Version 2) by Kevin MacLeod is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 license. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/ Source: http://incompetech.com/music/royalty-free/index.html?isrc=USUAN1100882 Artist: http://incompetech.com/
Gaviota - Quincas Moreira
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