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Carolina Quiroga-Stultz

45 - Latinoamérica Fantástica


El mexicano Alfonso Reyes nos cuenta la historia de “El comandante Aranda”, quien ha perdido la mano derecha en combate, pero en lugar de enterrarla, decide disecarla y guárdala como memorabilia. Para sorpresa de todos, la mano cobra vida. Al principio perturba, luego es una más de la familia, hasta que se convierte en un ente independiente que busca el sentido de su propia existencia.


En los comentarios hablamos de aquellos que disecan sus mascotas, presentamos a la narradora Fabiana Piatti y concluimos presentando la vida del autor.


Este episodio fue producido con el apoyo de PRX y el programa de creadores de Google Podcasts.


Primero


“La gente no hablaba más que del tiempo. El tiempo, a pesar de todas las protestas, quiere que se hable de él. Las conversaciones de los hombres están tramadas sobre esta sustancia fundamental: el tiempo. Hablar del tiempo ha sido y será siempre un rasgo irreducible del hombre. ¿Qué es el hombre? El hombre es un ser que habla del tiempo con sus semejantes. Para los labriegos y los marinos, saber hablar del tiempo entra, desde luego, en el oficio; conocer el tiempo es un modo de profecía, y hasta puede ser cuestión de vida o muerte. Para Ulises, el más sutil de los navegantes, la ola y el viento son una constante preocupación.”


(Fuente: Obras completas de Alfonso Reyes. Volumen III. El Cazador: I - Las grullas, el tiempo, y la política. Alfonso Reyes. Letras Mexicanas. Fondo de Cultura Económica. 1995. URL: https://www.dropbox.com/sh/tdkxxesg53ugsp6/AACOhuz5P1zBkMIBEVDuYWwGa?dl=0&preview=Alfonso-Reyes-Obras-Completas-III.pdf)


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Bienvenida


¡Hola! ¡Hola! Estimados y estimadas oyentes de Tres Cuentos, el podcast bilingüe dedicado a las narrativas literarias, históricas y tradicionales de Latino América. Yo soy Carolina Quiroga-Stultz, y hoy le damos la bienvenida a un nuevo autor, el mexicano Alfonso Reyes.


El párrafo inicial fue tomado del texto Las grullas, el tiempo, y la política, escrito por Alfonso Reyes.


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Confieso que la historia seleccionada para el episodio de hoy, al principio me fascinó, y me causó mucha gracia, pero la traducción fue otro cuento. Recuerdo haberme llevado el texto para mis vacaciones de aniversario, pensando que me sería fácil traducirlo a pesar de lo largo que se veía. Sin embargo, mientras me moría del aburrimiento en el avión, decido sacar el texto para darle una mirada, y allí es cuando caigo en cuenta del lío en que me había metido.

Pensé en seleccionar otro cuento, pero como no me había traído ninguno de los libros que había usado para investigar, y le había prometido a mi esposo dejar el trabajo atrás en casa, no me quedo de otra que resignarme. Decidí dejar de quejarme de lo complejo que sería traducirlo, y buscar una forma de adaptarlo a una extensión y formato más sencillo.


Y es que el mexicano Alfonso Reyes tiene ese efecto en mí. Cada vez que leo algo de él y digo, ¡que enredo! Luego me hace reír, y quiero leer más.


El cuento de hoy “La mano del comandante Aranda,” lo encontré en el libro Antología del Cuento Fantástico Hispanoamericano Siglo XIX, selección y prólogo por Óscar Hahn, publicado por Editorial Universitaria El Mundo de las Letras.


Esta muy divertida narración nos llega en la voz de la narradora argentina Fabiana Piatti, de quien les contaré más en los comentarios.


El militar Aranda ha perdido en combate la mano derecha, pero en lugar de enterrarla o deshacerse de ella, decide disecarla y guárdala como memorabilia. Para sorpresa de todos, la mano cobra vida. Al principio perturba, luego es una más de la familia, hasta que se convierte en un ente independiente que busca el sentido de su propia existencia.








La mano del comandante Aranda

Por Alfonso Reyes (México, febrero 1940)

Leído y adaptado por Fabiana Piatti



El comandante Benjamín Aranda perdió una mano en acción de guerra, y fue la derecha, por su mal. Otros coleccionan manos de bronce, de marfil, cristal o madera, que a veces proceden de estatuas e imágenes religiosas o que son antiguas aldabas; y peores cosas guardan los cirujanos en bocales de alcohol. ¿Por qué no conservar esta mano disecada, testimonio de una hazaña gloriosa? ¿Estamos seguros de que la mano valga menos que el cerebro o el corazón?


Meditemos. No meditó Aranda, pero lo impulsaba un secreto instinto. El hombre teológico ha sido plasmado en la arcilla, como un muñeco, por la mano de Dios. El hombre biológico evoluciona merced al servicio de su mano, y su mano ha dotado al mundo de un nuevo reino natural, el reino de las industrias y las artes.


Si los murallones de Tebas se iban alzando al eco de la lira de Anfión, era su hermano Zeto, el albañil, quien encaramaba las piedras con la mano.



La gente manual, los herreros y metalistas, aparecen por eso, en las arcaicas mitologías, envueltos como en vapores mágicos: son los hacedores de portento. Son Las manos entregando el fuego que ha pintado Orozco.




En el mural de Diego Rivera (en el Palacio de Bellas Artes), la mano empuña el globo cósmico que encierra los poderes de creación y de destrucción: y en Chapingo, las manos proletarias están prontas a reivindicar el patrimonio de la tierra.




En el cuadro de Alfaro Siqueiros, el hombre se reduce a un par de enormes manos que solicitan la dádiva de la realidad, sin duda para recomponerla a su guisa. […]




La mano, metáfora viviente, multiplica y extiende así el ámbito del hombre. Los demás sentidos se conforman con la pasividad; el sentido manual experimenta y añade, y con los despojos de la tierra, edifica un orden humano, hijo del hombre. […]


Este dios menor dividido en cinco personas ha acabado de hacer al hombre y le ha permitido construir el mundo humano. Lo mismo modela el jarro que el planeta, mueve la rueda del alfar y abre el canal de Suez.


Delicado y poderoso instrumento, posee los más afortunados recursos descubiertos por la vida física: bisagras, pinzas, tenazas, ganchos, agujas de tacto, cadenillas óseas, aspas, remos, nervios, ligámenes, canales, cojines, valles y montículos, estrellas fluviales. Posee suavidad y dureza, poderes de agresión y caricia. Y en otro orden ya inmaterial, amenaza y persuade, orienta y desorienta, ahuyenta y anima.


Los ensalmadores fascinan y curan con la mano. ¿Qué más? […]


¡Flor maravillosa de cinco pétalos, que se abren y cierran como la sensitiva, a la menor provocación! ¿El cinco es número necesario en las armonías universales? ¿Pertenece la mano al orden de la zarzarrosa, del nomeolvides, de la pimpinela escarlata? […]


No hay duda, la mano merece un respeto singular, y bien podía ocupar un sitio predilecto entre los lares del comandante Aranda.


La mano fue depositada cuidadosamente en un estuche acolchado. Las arrugas de raso blanco—soporte a las falanges, puente a la palma, regazo al pomo—fingían un diminuto paisaje alpestre. De cuando en cuando, se concedía a los íntimos el privilegio de contemplarla unos instantes. Pues era una mano agradable, robusta, inteligente, algo crispada aún por la empuñadura de la espada. Su conservación era perfecta.


Poco a poco, el tabú, el objeto misterioso, el talismán escondido, se fue volviendo familiar. Y entonces emigró del cofre de caudales hasta la vitrina de la sala, y se le hizo sitio entre las condecoraciones de campaña y las cruces de la Constancia Militar.


Dieron en crecerle las uñas, lo cual revelaba una vida lenta, sorda, subrepticia (secreta). De momento pareció un arrastre de inercia, y luego se vio que era virtud propia. Con alguna repugnancia al principio, la manicura de la familia accedió a cuidar de aquellas uñas cada ocho días. La mano estaba siempre muy bien acicalada y compuesta.


Sin saber cómo la mano bajó de categoría, sufrió una manus diminutio, dejó de ser una reliquia, y entró decididamente en la circulación doméstica.


A los seis meses, ya andaba de pisapapeles o servía para sujetar las hojas de los manuscritos pues la mano cortada era flexible, plástica, y los dedos conservaban dócilmente la postura que se les imprimía.


A pesar de su repugnante frialdad, los chicos de la casa acabaron por perderle el respeto. Al año, ya se rascaban con ella, o se divertían plegando sus dedos en forma de figa brasileña (en un gesto grotesco), carreta mexicana, y otras procacidades del folklore internacional.

La mano, así, recordó muchas cosas que tenía completamente olvidadas. Su personalidad se fue acentuando notablemente. Cobró conciencia y carácter propios. Empezó a alargar tentáculos. Luego se movió como tarántula. Todo parecía cosa de juego. Cuando, un día, se encontraron con que se había calzado sola un guante y se había ajustado una pulsera por la muñeca cercenada, ya a nadie le llamó la atención.


Andaba con libertad de un lado a otro, monstruoso falderillo algo acangrejado. Después aprendió a correr, con un galope muy parecido al de los conejos. Y haciendo "sentadillas" sobre los dedos, comenzó a saltar que era un prodigio. Un día se la vio venir, desplegada, en la corriente de aire: había adquirido la facultad del vuelo.


Pero, a todo esto, ¿cómo se orientaba? ¿cómo veía?


¡Ah! Ciertos sabios dicen que hay una luz oscura, insensible para la retina, acaso sensible para otros órganos, y más si se los especializa mediante la educación y el ejercicio. […]

¿Y no había de ver también la mano? Desde luego, ella completa su visión con el tacto, casi tiene ojos en los dedos, y la palma puede orientarse al golpe del aire como las membranas del murciélago. […]


Ello es que la mano, en cuanto se condujo sola, se volvió ingobernable, echó temperamento. Podemos decir, que fue entonces cuando "sacó las uñas". Iba y venía a su talante. Desaparecía cuando le daba la gana, volvía cuando se le antojaba. Alzaba castillos de equilibrio inverosímil con las botellas y las copas. Dicen que hasta se emborrachaba, y en todo caso, trasnochaba.


No obedecía a nadie. Era burlona y traviesa. Pellizcaba las narices a las visitas, abofeteaba en la puerta a los cobradores. Se quedaba inmóvil, "haciendo el muerto", para dejarse contemplar por los que aún no la conocían, y de repente les hacía una señal obscena. Se complacía, singularmente, en darle suaves sopapos a su antiguo dueño, y también solía espantarle las moscas. Y él la contemplaba con ternura, los ojos arrasados en lágrimas, como a un hijo que hubiera resultado "mala cabeza".


Todo lo trastornaba. Ya le daba por asear y barrer la casa, ya por mezclar los zapatos de la familia, con verdadero genio aritmético de las permutaciones, combinaciones y cambiaciones; o rompía los vidrios a pedradas, o escondía las pelotas de los muchachos que juegan por la calle.


El comandante la observaba y sufría en silencio. Su señora le tenía un odio incontenible, y era —claro está—su víctima preferida. La mano, en tanto que pasaba a otros ejercicios, la humillaba dándole algunas lecciones de labor y de cocina.


La verdad es que la familia comenzó a desmoralizarse. El manco caía en extremos de melancolía muy contrarios a su antiguo modo de ser. La señora se volvió recelosa y asustadiza, casi con manía de persecución. Los hijos se hacían negligentes, abandonaban sus deberes escolares y descuidaban, en general, sus buenas maneras. Como si hubiera entrado en la casa un duende chocarrero, todo era sobresaltos, tráfago inútil, voces, portazos. Las comidas se servían a destiempo, y a lo mejor, en el salón y hasta en cualquiera de las alcobas.


Porque, ante la consternación del comandante, la epiléptica contrariedad de su esposa y el disimulado regocijo de la gente menuda, la mano había tomado posesión del comedor para sus ejercicios gimnásticos, se encerraba por dentro con llave, y recibía a los que querían expulsarla tirándoles platos a la cabeza. No hubo más que ceder la plaza: rendirse con armas y bagajes, dijo Aranda.


Los viejos servidores, hasta "el ama que había criado a la niña", se ahuyentaron. Los nuevos servidores no aguantaban un día en la casa embrujada. Las amistades y los parientes desertaron. La policía comenzó a inquietarse ante las reiteradas reclamaciones de los vecinos. La última reja de plata que aún quedaba en el Palacio Nacional desapareció como por encanto. Se declaró una epidemia de hurtos, a cuenta de la misteriosa mano que muchas veces era inocente.


Y lo más cruel del caso es que la gente no culpaba a la mano, no creía que hubiera tal mano animada de vida propia, sino que todo lo atribuía a las malas artes del pobre manco. […] Sin duda Aranda era un brujo que tenía pacto con Satanás. La gente se santiguaba.


La mano, en tanto, indiferente al daño ajeno, adquiría una musculatura atlética, se robustecía y perfeccionaba por instantes, y cada vez sabía hacer más cosas. […] La noche que decidió salir a tomar el fresco en automóvil, la familia Aranda, incapaz de sujetarla, creyó que se hundía el mundo. Pero no hubo un solo accidente, ni multas, ni "mordidas". Por lo menos—dijo el comandante—así se conservará la máquina en buen estado, que ya amenazaba enmohecerse desde la huida del chauffer.


Abandonada a su propia naturaleza, la mano fue poco a poco encarnando la idea platónica que le dio el ser, la idea de asir, el ansia de apoderamiento. […] Al ver, sobre todo, cómo aparecían las gallinas con el pescuezo retorcido, o cómo llegaban a la casa objetos de arte ajenos—que luego Aranda tenía devolver a sus propietarios, entre tartamudeos e incomprensibles disculpas—, fue ya evidente que la mano era un animal de presa y un ente ladrón.


La salud mental de Aranda era puesta ya en tela de juicio. Se hablaba también de alucinaciones colectivas, de los raps o ruidos de espíritus que, por 1847, aparecieron en casa de la familia Fox, y de otras cosas por el estilo. Las veinte o treinta personas que de veras habían visto la mano no parecían dignas de crédito cuando eran de la clase servil, fácil pasto a las supersticiones; y cuando eran gente de mediana cultura, callaban, contestaban con evasivas por miedo a comprometerse o a ponerse en ridículo. […]


Pero hay algo tierno y terrible en esta historia.


Entre alaridos de pavor, se despertó un día Aranda a la media noche: en extrañas nupcias, la mano cortada, la derecha, había venido a enlazarse con su mano izquierda, su compañera de otros días, como anhelosa de su arrimo. No fue posible desprenderla. Allí pasó el resto de la noche, y allí resolvió pernoctar en adelante. La costumbre hace familiares los monstruos. El comandante acabó por desentenderse. Hasta le pareció que aquel extraño contacto hacía más llevadera su mutilación y, en cierto modo, confortaba a su mano única.


Porque la pobre mano siniestra, la hembra, necesitó el beso y la compañía de la mano masculina, la diestra. […]


Pero, una noche, la mano empujó la puerta de la biblioteca y se engolfó en la lectura. Y dio con un cuento de Maupassant sobre una mano cortada que acaba por estrangular al enemigo. Y dio con una hermosa fantasía de Nerval, donde una mano encantada recorre el mundo, haciendo primores y maleficios. Y dio con unos apuntes del filósofo Gaos sobre la fenomenología de la mano. . . ¡Cielos! ¿Cuál será el resultado de esta temerosa incursión en el alfabeto?


El resultado es sereno y triste. La orgullosa mano independiente, que creía ser una persona, un ente autónomo, un inventor de su propia conducta, se convenció de que no era más que un tema literario, un asunto de fantasía ya muy traído y llevado por la pluma de los escritores.

Con pesadumbre y dificultad—y estoy por decir que derramando abundantes lágrimas—se encaminó a la vitrina de la sala, se acomodó en su estuche, que antes colocó cuidadosamente entre las condecoraciones de campaña y las cruces de la Constancia Militar, y desengañada y pesarosa, se suicidó a su manera, se dejó morir.


Rayaba el sol cuando el comandante, que había pasado la noche revolcándose en el insomnio y acongojado por la prolongada ausencia de su mano, la descubrió yerta, en el estuche, algo ennegrecida y como con señales de asfixia.


No daba crédito a sus ojos. Cuando hubo comprendido el caso, arrugó con nervioso puño el papel en que ya solicitaba su baja del servicio activo, se alzó cuan largo era, reasumió su militar altivez y, sobresaltando a su casa, gritó a voz en cuello:


—¡Atención, firmes! ¡Todos a su puesto! ¡Clarín de órdenes, a tocar la diana de victoria!


FIN


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Comentario


Muy bien, regresemos a la realidad donde aquello que ha muerto no ha vuelto a la vida. Recuerdo alguna vez una amiga que me dijo que había escuchado que algunas personas muy apegadas a sus macotas, después de muertas las disecaban para tenerlas en casa como recuerdo. A mi me pareció la cosa más rara del mundo, ni que fueran cazadores exponiendo sus trofeos. Pero después de los años, y de enamórame perdidamente de mi perro, un día me pille pensando si no debería hacer lo mismo el día en que él nos deje. Inmediatamente me dije, ¡Carolina por favor, pero qué barbaridad, ahora si te estas enloqueciendo! Después de ese día imprimí un montón de fotos de mi perrito, y las tengo por todas partes de la casa. Y él por supuesto todavía continúa haciendo de nuestros días toda una aventura.


Por otra parte, el cuento “La mano del comandante Aranda”, me puso a pensar un poco en la relación que tenemos con nuestros cuerpos. Hasta hace más de un año mi cuerpo era prácticamente un sirviente de mi cerebro. Mi mente es medio tirana, especialmente con mi pobre cuerpecito. Y me atrevo a decir que no soy la única. ¡Cuántas veces el cuerpo nos grita, “no más! quiero descansar! ¡No quiero comer eso, no quiero tomar eso!” Pero nosotros seguimos, porque hay que seguir.


Desde el año pasado, cuando el mundo se desaceleró, me acerque al cuento de la meditación, y me ha cambiado la vida. No es que ya pueda meditar como un yoghi, ni que lo haga todos los días, pero me he hecho mas consciente de que mi cuerpo necesita más descansos, y que mi mente también. He aprendido a pillar a mi mente cuando se aleja y se va a otro mundo, en lugar de estar aquí en el momento disfrutando con mi cuerpo lo que sucede a mi alrededor.


Estoy lejos de ser una experta, pero por lo menos ya soy consciente de que mi cuerpo también habla, y que debo escucharlo con calma y atención.


Bueno es hora de presentar a la voz que leyó y adaptó el cuento de hoy. Fabiana Piatti nació en Córdoba, Argentina. Es docente, profesora de enseñanza primaria y pre-escolar. Se desempeña en el nivel inicial, donde es encargada de la biblioteca.


También es narradora oral, actividad que desarrolla en encuentros y festivales, ferias de libros, museos y bibliotecas. Debido a la pandemia, ahora también cuenta cuentos en encuentros virtuales junto a otros narradores de diversas provincias de su país y países limítrofes.


Su dedicación a la lectura es algo que realiza con gusto desde su infancia, de ella se nutre para conformar repertorios de cuentos dirigidos especialmente al público infantil.


Para aquellos que quieran escucharla contar les dejaré un par de videos que encontré donde Fabiana nos cuenta cuentos para niños.



La Mona Jacinta de María Elena Walsh por Fabiana Piatti: https://www .youtube.com/watch?v=7iby0UNX5Bs



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Es tiempo de recordarles que se subscriban a nuestra lista de correos a través de nuestra página web www.trescuentos.com. Resulta que como les comenté en el episodio de Ángeles Vicente “Buitres,” el podcast va a cambiar de ‘look’. Y como parte del cambio de marca que sucederá entre finales de este año y el siguiente, pues vamos a tener una actividad llamada “la ancheta literaria”. Es un concurso que estaremos promoviendo entre noviembre y diciembre aquí en los Estados Unidos. Así que si están suscritos pues les llegarán las bases del concurso, para que se animen y participen.


Igualmente, si les gusta el programa y les quedan unos minutitos recuerden dejarnos un comentario positivo en cualquier de las aplicaciones que usan para escucharnos, o nos pueden escribir un correo a tres.cuentos.podcast@gmail.com


Por último, aunque esta temporada es de nueve episodios, tomaremos un descanso de una semana cada tres episodios. Es decir que después del episodio de hoy nos vemos en dos semanas, ósea el 20 de octubre para continuar con los siguientes tres episodios de fantasía latinoamericana.


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Sin más preámbulos hablemos sobre el autor de hoy. Esta breve reseña biográfica fue escrita en colaboración con Esther Evelyn Bastidas, quien nos ha dado una manito durante esta temporada.


El autor, ensayista, crítico, poeta y narrador mexicano Alfonso Reyes, nace en Monterrey en el año de 1889. Sus padres fueron Bernardo Reyes originario de Nuevo León, y Aurelia Ochoa de Reyes nacida en Zapotlán el Grande, Jalisco.


En 1909, el joven escritor, se une a la asociación civil “El Ateneo de la Juventud”, con el objetivo de generar una reflexión popular en México, en torno a los problemas que enfrentaba la cultura y el arte en dicha época. Tres años después, en 1912, contrae nupcias con Manuela Mota, quien, según sus familiares, fue su “compañera, novia, amante, amiga, esposa, madre, mujer de hogar, lectora bibliotecaria, archivista y alegre anfitriona”.

La infancia y adolescencia de Alfonso fueron marcadas por los intereses políticos y liberales de su padre, Bernardo Reyes, un militar mexicano que llegaría a ser gobernador. El legado que Don Reyes dejó fue activar el progreso industrial y económico del Estado de Nuevo León. Sin embargo, para desgracia del joven Alfonso, su padre quien había facilitado su educación literaria e intelectual, fue alcanzado por una ráfaga de ametralladora, el 9 de febrero de 1913, en un intento de Golpe de Estado, que más tarde fue conocido como “El Cuartelazo”.


La muerte de Don Bernardo Reyes, el padre de Alfonso trajo consecuencias devastadoras para la familia. Debido a que Don Bernardo Reyes había mostrado su oposición al gobierno de la época, la familia fue tildada de revolucionaria. Alfonso fue acosado por los partidarios de su padre para que vengara la muerte de Don Bernardo, pero Alfonso tenía otros planes. Tan pronto el joven escritor termina la carrera de leyes en la Escuela Nacional de Jurisprudencia (actualmente la Facultad de Derecho de la UNAM), huye en 1913 a París, Francia, y después de catorce meses se instala en España donde vivió los siguientes diez años.


El primer libro de Alfonso Reyes fue Cuestiones Estéticas, publicado en 1911. Desde esta primera compilación de ensayos, Reyes mostraría aquello que caracterizaría su estilo, una riqueza de vocabulario, giros expresivos, construcciones gramaticales poco frecuentes y arcaísmo, -es decir, el uso de palabras muy antiguas. Algunas de estas características pueden ser apreciadas en el cuento “La mano del comandante Aranda”.


El escritor mexicano, fue fundador del Instituto Francés de América Latina, y de El Colegio de México. Candidato en varias ocasiones al Premio Nobel, sin llegar a recibirlo. Finalmente, en 1945, es galardonado el premio Nacional de Literatura y es ganador del título de precursor del realismo mágico con el cuento “La Cena”.


Desde 1939, cuando regresa a México hasta 1959, el año de su muerte, Alfonso vivió en una casa que con el tiempo se convirtió en biblioteca. Lo anterior, debido a la cantidad de libros, ensayos, artículos y demás escritos que fue dejando el autor. “La Capilla Alfonsina”, como hoy en día es conocida, es una de las más reconocidas bibliotecas en México y, además es un centro de estudios literarios y culturales.


Después de la muerte del escritor, su esposa Manuelita, continuó difundiendo el legado literario de Alfonso Reyes para el mundo.


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Como es costumbre, antes de concluir el programa los dejaré con otra reflexión hecha por el autor de hoy, Alfonso Reyes, la cual la pueden encontrar en Obras completas de Alfonso Reyes. Volumen III. El Cazador: Domingo Siete. Alfonso Reyes. Letras Mexicanas. Fondo de Cultura Económica. 1995.


“De niño ¡cuántas cosas me enseñaban que yo no entendía! A un resto de los antiguos métodos, no menos que a la docilidad de la mente infantil, debo la fortuna de haber aprendido de memoria lo que no entendía. Así, me sorprendo frecuentemente recitando frases que desde la infancia me están resonando en la cabeza, pero que entonces no tenían sentido para mí. Poco a poco, la vida me va descubriendo su misterio.


“Porque si la vieja pedagogía necesita defensores, sea yo el primero: hay cosas que se deben aprender aunque no se entiendan, cosas que deben estar en la memoria primero, y después en la voluntad, aun antes de estar en el entendimiento.


“La misma visión del universo la recibimos dogmáticamente; la conciencia, hilo del ser, no es más que memoria de momentos. Cuando todo se entiende ya, es ya demasiado tarde para aprenderlo. Yo no entiendo, no, la generación de la vida: vivo de memoria.”

(Fuente: Obras completas de Alfonso Reyes. Volumen III. El Cazador: Domingo Siete. Alfonso Reyes. Letras Mexicanas. Fondo de Cultura Económica. 1995. URL: https://www.dropbox.com/sh/tdkxxesg53ugsp6/AACOhuz5P1zBkMIBEVDuYWwGa?dl=0&preview=Alfonso-Reyes-Obras-Completas-III.pdf

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Y eso es todo por hoy. En el próximo episodio el escritor argentino Leopoldo Lugones nos cuenta la historia de un hombre cuyo alter ego se desprende de él y se convierte en una terrorífica sombra. ¡Hasta el siguiente cuento! Adiós, adiós


Tres Cuentos Podcast es producido con el apoyo de PRX y el Programa de Creadores de Podcasts de Google.


Tres Cuentos es un ejercicio de adaptación e investigación creativa.


Agradecimientos especiales a…


Recuerda que nos pueden escuchar en cualquier aplicación de podcast como Google Podcast, iTunes, Stitcher, Spotify, o donde sea que nos encontraste. Y visita nuestra página web www.trescuentos.com


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La música y los efectos de sonido fueron descargados de la biblioteca de audio de YouTube y de Freesound.org.


La lista de créditos por canción y las fuentes de información las pueden encontrar en la transcripción.


Nos escuchamos pronto, adiós, adiós.


Bibliografía


Web: Escritores.org. “Reyes, Alfonso”. URL: https://www.escritores.org/biografias/243-alfonso-reyes


Web: Enciclopedia Electrónica de la Filosofía Mexicana. “Alfonso Reyes”. Escrito por: Virginia Aspe Armella, E. Año 2004. URL: http://dcsh.izt.uam.mx/cen_doc/cefilibe/images/banners/enciclopedia/Diccionario/Autores/OtrosFilosofos/Reyes_Alfonso-AspeArmellaVirginia.pdf


Web: Biografías y vidas, La Enciclopedia Biográfica en línea. “Alfonso Reyes.” Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. Año 2004. URL: https://www.biografiasyvidas.com/biografia/r/reyes.htm


Web: Enciclopedia de la Literatura en México. “Alfonso Reyes, detalles del autor”. José Miguel Barajas y Mario Conde. Año: 01 de diciembre de 2017. URL: http://www.elem.mx/autor/datos/914


Web: Regio.com. “Manuelita Mota de Reyes, Esposa Ejemplar. Escrito” por Jorge Pedraza Salinas Año: 2016. URL: http://elregio.com/Noticia/d3659589-0d8e-4d3b-b429-86c21bbcbc3



Web: La mano, Guy de Maupassant. URL: https://ciudadseva.com/texto/la-mano/



Obras completas de Alfonso Reyes. Volumen III. El Cazador: I - Las grullas, el tiempo, y la política. Alfonso Reyes. Letras Mexicanas. Fondo de Cultura Económica. 1995. URL: https://www.dropbox.com/sh/tdkxxesg53ugsp6/AACOhuz5P1zBkMIBEVDuYWwGa?dl=0&preview=Alfonso-Reyes-Obras-Completas-III.pdf


Música


Investigations by Kevin MacLeod is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 license. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/


Web Weaver's Dance - Asher Fulero


Bravura - The U.S. Army Band


Grave Blow by Kevin MacLeod is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 license. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/


Murder Mystery - Sir Cubworth


Danse Macabre by Kevin MacLeod is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 license. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/


Act One - Tenebrous Brothers Carnival by Kevin MacLeod is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 license. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/


Hidden Agenda by Kevin MacLeod is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 license. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/


The Curious Kitten - Aaron Kenny


Egmont Overture by Kevin MacLeod is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 license. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/


Pablo - The Mini Vandals


Slowly Until We Get There - Joey Pecoraro



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